El blog de Runruneando
La figura de los abuelos se ha transformado de forma espectacular a lo largo de la historia, hasta el punto de que resulta sorprendente comparar su rol en las sociedades prehistóricas con el papel que desempeñan hoy en día. De ser meros integrantes de un clan, con una función productiva y un saber práctico que aseguraba la supervivencia del grupo, han pasado a ser un pilar emocional y económico en las familias contemporáneas, especialmente en las sociedades occidentales. A la vez, culturas de todo el mundo han moldeado distintas formas de entender esta figura, desde abuelas que amamantan a sus nietos en África subsahariana, hasta abuelos japoneses que duermen con los pequeños. Este recorrido histórico, antropológico y cultural, que abarca desde la Prehistoria hasta nuestros días, nos ayudará a comprender cómo han evolucionado estas figuras, qué significan hoy, y qué retos enfrentan en el futuro.
En las sociedades prehistóricas, la noción de la maternidad era fácil de identificar: la madre daba a luz, amamantaba, y era innegable su vínculo biológico con el niño. La paternidad, sin embargo, no siempre fue comprendida del mismo modo. Si bien hoy nos parece obvio que el padre aporta la mitad de la carga genética, en entornos prehistóricos y en algunas culturas tradicionales, la conexión entre el acto sexual y la concepción no era tan evidente. Esto dificultaba la noción de “paternidad” tal como la entendemos en la actualidad, y por ende, el reconocimiento del “abuelo” biológico podía ser más difuso que el de la “abuela”, cuya relación con la descendencia estaba confirmada por el parto mismo.
A pesar de ello, las personas longevas —tanto hombres como mujeres mayores— tenían una función vital en aquellos grupos nómadas de cazadores-recolectores. La llamada “hipótesis de la abuela” (Hawkes, O’Connell & Blurton Jones, 1998) plantea que las abuelas, al no poder ya tener hijos, se dedicaban a ayudar con la crianza de los nietos. Su apoyo facilitaba a sus hijas tener más descendencia y sobrevivir en condiciones adversas. Esto habría contribuido evolutivamente al aumento de la longevidad humana y a la consolidación del rol de la abuela como cuidadora esencial.
En cuanto a los abuelos —y hombres mayores en general—, incluso sin un reconocimiento claro de la paternidad biológica, su experiencia era valiosa. Podían transmitir conocimiento sobre las rutas migratorias, las estaciones propicias para la caza y la recolección, la fabricación de herramientas o remedios frente a enfermedades. Abuelas y abuelos, longevos en un mundo donde la esperanza de vida era más corta que hoy, eran “bibliotecas vivientes” de su comunidad, custodios de la memoria colectiva y guías en la toma de decisiones complejas. Su sabiduría práctica, más que su vínculo genético, resultaba esencial.
En el idioma, la antigüedad de estas figuras familiares también es notable. Desde el latín clásico existía la distinción: “avus” para el abuelo y “avia” para la abuela. Estas palabras, presentes ya en textos romanos, muestran que la noción de abuelo y abuela es muy antigua. Sin embargo, su relevancia social ha dependido siempre de la relación con la descendencia, la economía, las costumbres y la organización familiar.
En las sociedades preindustriales, la esperanza de vida al nacer rondaba los 30-40 años en Europa (Laslett, 1984). Aunque quienes alcanzaban la edad adulta podían superar los 50 o 60 años, no era tan común como ahora. Estas condiciones demográficas hacían menos probable que los nietos convivieran largo tiempo con sus abuelos. Aun así, no es cierto que no se conocieran: las mujeres podían dar a luz jóvenes (alrededor de los 20 años), lo que en algunos casos permitía que abuelas y nietos coincidiesen.
La presencia de abuelos y abuelas no estaba formalmente reconocida como algo especial más allá de su papel productivo, pues la unidad familiar extensa trabajaba en conjunto para la supervivencia del grupo. La idea de un abuelo o una abuela dedicados principalmente a ofrecer afecto y cuidados surgió más tarde, cuando las condiciones de vida mejoraron y se hizo más habitual llegar a edades avanzadas con buena salud.
Con el paso de los siglos, las mejoras en la nutrición, la sanidad y las condiciones de vida elevaron la esperanza de vida. Ya en el siglo XX, en especial en el mundo occidental, se hizo más común que los niños no solo conocieran a sus abuelos, sino que pasaran muchos años con ellos. Este aumento de la longevidad, junto con la aparición de la jubilación como etapa de la vida desligada del trabajo productivo, sentó las bases para el papel activo y afectivo de los abuelos que hoy damos por sentado.
La Revolución Industrial y los cambios económicos y sociales de la Edad Moderna transformaron radicalmente la organización familiar. Las migraciones a las ciudades, las viviendas más pequeñas y la vida asalariada consolidaron la familia nuclear (padres e hijos) como la unidad básica, reduciendo la convivencia con abuelos. Pero, paradójicamente, la mejora general de la esperanza de vida y la introducción de sistemas de pensiones en el siglo XX permitió a los mayores disfrutar de una etapa final de la vida sin obligaciones laborales intensas.
Este contexto allanó el camino para que los abuelos se convirtieran, gradualmente, en figuras de apoyo afectivo y logístico. Se liberaron, en parte, de la presión de asegurar la supervivencia material, lo que les permitió pasar más tiempo con sus nietos, contarles historias, transmitirles valores y conocimientos, e incluso ejercer como “segundos padres” en ausencia o apoyo de los progenitores.
En la sociedad moderna, especialmente en países con un fuerte componente familiar como España o Italia, los abuelos se han convertido en un recurso fundamental para la conciliación laboral de sus hijos y el bienestar de sus nietos. Mientras la edad de maternidad y paternidad se retrasa —cada vez más personas tienen hijos a partir de la treintena—, los abuelos llegan a la relación con sus nietos siendo también mayores y, a menudo, con menores energías físicas. Además, las condiciones del mercado laboral y la dificultad para conciliar vida familiar y profesional han convertido a muchos abuelos en cuidadores a tiempo parcial (o completo), en un sustituto más económico (y de confianza) que una guardería o niñera.
Esta ayuda que prestan no solo aporta estabilidad emocional a los nietos, sino también un importante alivio económico a la familia. Numerosas investigaciones (Del Boca, 2002) señalan que sin la ayuda de los abuelos, muchas parejas tendrían más dificultades para mantener empleos estables o ampliar la familia. No obstante, este apoyo no siempre es voluntario ni se percibe como un gusto que el abuelo o la abuela se dan.
Por otro lado, existe un debate sobre el retraso de la edad de jubilación. En muchos países europeos, la edad de jubilación se está elevando progresivamente, lo que significa que los abuelos pueden tener que trabajar más años, reduciendo su disponibilidad para el cuidado de los nietos. Además, una mayor longevidad y una jubilación tardía pueden hacer que coincidan períodos en los que los abuelos aún están en activo mientras sus hijos tienen bebés, dificultando esa ayuda cotidiana tan valorada en muchas familias. Esto nos lleva a una tensión: la sociedad cuenta con los abuelos como apoyo, pero al mismo tiempo retrasa su jubilación y no ofrece suficientes políticas públicas de conciliación. El resultado es que los abuelos pueden verse sobrecargados y obligados a estirar sus fuerzas al límite.
Si bien los abuelos en las zonas occidentales se asocian a visitas, juegos, regalos, acompañamiento al colegio o cuidado ocasional, otras culturas muestran variaciones sorprendentes. Por ejemplo, en ciertas regiones de África subsahariana, se han documentado casos de abuelas que pueden llegar a amamantar a sus nietos, garantizando su nutrición cuando las madres están ausentes o indispuestas (Sear & Mace, 2008). Este tipo de crianza cooperativa, en la que la línea entre madre y abuela se difumina, es reflejo de una sociedad donde la familia extensa coopera estrechamente para criar a los más pequeños.
En Japón, la tradición del co-sleeping (dormir en la misma habitación o futón) puede incluir no solo a padres e hijos, sino también a los abuelos, uniendo a tres generaciones en un mismo espacio de descanso y reforzando la cohesión familiar. En muchas sociedades asiáticas, las abuelas y abuelos participan activamente de la rutina diaria de los niños, especialmente cuando los padres trabajan largas jornadas.
En América Latina, todavía es frecuente que los abuelos vivan con la familia o cerca de ella. Estas figuras suelen asumir un rol activo en la crianza, no solo cuidando de los niños, sino también transmitiendo tradiciones, idiomas indígenas, leyendas y valores. La familia extensa sigue siendo un pilar importante, a menudo en contraste con la familia nuclear típica de Europa occidental o Norteamérica.
La incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, la falta de suficientes políticas públicas de conciliación, el elevado coste de las guarderías y la flexibilidad laboral limitada han hecho que, en países como España o Italia, los abuelos sean un apoyo imprescindible para muchas familias. Se encargan del cuidado de los nietos sin coste monetario directo, lo que reduce la tensión económica y permite a los padres trabajar sin recurrir a servicios externos (Del Boca, 2002).
Este aporte no siempre es reconocido. Algunos abuelos pueden sentirse sobrecargados, especialmente si asumen las tareas de crianza por obligación más que por gusto. Además, muchos abuelos son personas jubiladas con pensiones ajustadas y limitaciones físicas, y el cuidado activo de niños pequeños puede suponer un esfuerzo considerable. Por otra parte, la ausencia de ayudas públicas suficientes plantea un debate social: ¿es justo que la responsabilidad del cuidado infantil recaiga tan fuertemente en los abuelos? ¿No debería el Estado ofrecer más recursos para la conciliación?
Desde una perspectiva psicológica, la relación entre abuelos y nietos suele ser sumamente enriquecedora. Los abuelos a menudo se convierten en figuras de apego secundario, brindando un amor sereno, sin la ansiedad que a veces agobia a los padres primerizos. Pueden escuchar, jugar, contar historias del pasado y apoyar el desarrollo emocional de los pequeños.
Estudios en diversas culturas señalan que la implicación moderada de los abuelos puede mejorar su salud mental (Chen & Liu, 2012). Sentirse útiles y valorados ayuda a combatir la soledad y la depresión. A la vez, para los nietos, la presencia de los abuelos puede ser un ancla afectiva, un referente con menos tensiones disciplinarias, que aporta seguridad y cariño.
No obstante, cuando el cuidado se vuelve excesivo o se percibe como una obligación ineludible, puede generar estrés, cansancio crónico e incluso frustración. El equilibrio es clave para que la relación sea beneficiosa para todos.
La convivencia o la intensa participación de los abuelos en la crianza no está exenta de conflictos. Hoy, padres y madres siguen pautas educativas respaldadas por recomendaciones pediátricas, psicología infantil y el consenso científico. Puede que limiten el uso de pantallas, fomenten la autonomía del niño, cuiden la alimentación o establezcan rutinas del sueño diferentes a las del pasado.
Algunos abuelos, confiando en su propia experiencia, consideran estas medidas poco prácticas o innecesarias. De esta forma, surgen debates de todo tipo: si es excesivo restringir las golosinas, si es necesario controlar las pantallas, permitir que los niños se descalcen o si realmente hay que dejar al niño más independencia. Lo que para unos es buen criterio, para otros es sobreprotección o permisividad extrema. La figura del abuelo puede sentirse cuestionada, mientras que los padres pueden sentirse invadidos en su autoridad. Encontrar el equilibrio implica comunicación, empatía, respeto a la experiencia de los abuelos y, a la vez, aceptación de las recomendaciones modernas en crianza.
Este choque generacional no se limita a padres y abuelos. Otro foco tradicional de tensión en las familias es la relación entre suegra y nuera. La llegada de los nietos, en ocasiones, pone de relieve las diferencias de opinión. La suegra, en su rol de madre del padre del niño, puede tener una visión muy distinta de la crianza, del cuidado del hogar o incluso de las normas básicas de convivencia. La nuera, por su parte, puede percibir la intervención de la suegra como una injerencia en su territorio familiar. Esto ha sido un tema recurrente en chistes, comentarios populares e incluso en algunas expresiones artísticas, y no es extraño que genere un ambiente incómodo, especialmente cuando el cuidado de los nietos exige presencia y tiempo.
La relación suegra-nuera, tradicionalmente complicada, se convierte en un equilibrio delicado: por un lado, está la necesidad y agradecimiento por la ayuda; por otro, el deseo de mantener la autoridad y las propias decisiones en la crianza. La clave, de nuevo, está en la comunicación y el reconocimiento mutuo del papel de cada una, entendiendo que todas buscan el bienestar del niño, aunque partan de visiones diferentes.
Para muchos abuelos, esta etapa es una nueva oportunidad de vivir la crianza de un modo más relajado. Sin la presión económica ni las largas jornadas laborales que afrontaron en su juventud, pueden disfrutar plenamente del tiempo con sus nietos. Se ha observado que, sobre todo los varones, muestran más ternura y cercanía con sus nietos que la que tuvieron con sus propios hijos, debido a que ahora disponen de más tiempo y menos estrés.
Estos abuelos redescubren el valor de la familia: enseñar canciones antiguas, mostrar fotos, transmitir historias y valores. Les ilusiona ser un vínculo vivo entre el pasado familiar y el presente, y muchos viven esta experiencia con gratitud y plenitud emocional.
A pesar de su relevancia actual en la crianza, los abuelos no han gozado de gran protagonismo en la cultura, al menos no en comparación con el rol de los padres o la figura materna. Las artes, desde la literatura hasta el cine, han reflejado a menudo la relación entre padres e hijos, explorando sus conflictos, su amor y sus complejidades. Los abuelos, sin embargo, han tendido a aparecer como figuras secundarias: el anciano sabio que da consejos, la abuela amorosa que hornea galletas, el patriarca respetado, pero raramente el personaje central sobre el que gire la trama.
Esta representación limitada no significa que no existan ejemplos. La literatura infantil, por ejemplo, presenta en muchas ocasiones a los abuelos como transmisores de valores, historias familiares o tradiciones culinarias. Obras como “Coco” (Disney-Pixar, 2017) han mostrado con fuerza la importancia de recordar y honrar a quienes nos precedieron, incluyendo abuelos y bisabuelos. En la música popular y en el arte costumbrista también hallamos guiños a la figura del abuelo cariñoso o de la abuela consejera.
Sin embargo, si comparamos la abundancia de obras que ahondan en la figura de la madre, el padre o los hijos, nos damos cuenta de que el lugar de los abuelos sigue siendo bastante discreto. Este contraste resulta llamativo, porque en la realidad social su papel es cada vez más relevante. A menudo, los abuelos sostienen las familias ofreciendo una ayuda que no siempre se reconoce en su justa medida. Mientras que en la vida real millones de familias dependen en gran parte de su tiempo, dedicación y amor, en el imaginario cultural no se les presta la misma atención.
Esta escasa visibilidad cultural podría interpretarse como una desconexión entre la importancia real que tienen los abuelos y lo poco que se les contempla en las narraciones actuales. Quizá la cultura popular se ha centrado más en el conflicto entre generaciones directas (padres-hijos), dejando a los abuelos en una posición más neutral o decorativa. Ahora que la longevidad es mayor, las generaciones conviven más tiempo, y el rol de los abuelos resulta crucial, tal vez sea momento de que las artes y la literatura exploren con mayor profundidad sus conflictos, su cansancio, sus alegrías y frustraciones, su sentir ante el paso del tiempo, y el impacto que tienen en la familia contemporánea.
En el contexto actual, con la persistente brecha entre la conciliación laboral y familiar, el rol de los abuelos seguirá siendo esencial para muchas familias, pero también plantea retos. ¿Cómo garantizar que su implicación no sea una carga? ¿Cómo reconocer socialmente su labor, más allá de considerarla un favor familiar? Las políticas públicas pueden jugar un papel clave, promoviendo guarderías accesibles, permisos parentales más amplios, horarios laborales flexibles y ayudas a la dependencia, de forma que el cuidado infantil no recaiga de forma desproporcionada en los abuelos.
A medida que la esperanza de vida aumenta, es probable que varias generaciones coincidan vivas durante décadas, formando redes familiares cada vez más extensas. Esto puede ser una bendición si se gestiona bien la convivencia de puntos de vista distintos. Sin embargo, con el retraso de la edad de jubilación, unos abuelos cada vez más mayores, y la falta de suficientes políticas de conciliación, existe el riesgo de cargar en exceso a quienes deberían poder disfrutar de su “etapa dorada” con más tranquilidad.
La sociedad debe encontrar la manera de reconocer la contribución de los abuelos en la crianza, tanto a nivel emocional como económico, sin convertir esta relación en una obligación ineludible. Es cierto que muchos abuelos disfrutan enormemente participando en la vida de sus nietos, pero también es justo que puedan descansar, viajar, dedicarse a sus aficiones o simplemente llevar un ritmo más pausado.
En un mundo donde las relaciones familiares se extienden más allá de la geografía, gracias a las videollamadas y las redes sociales, es posible que el rol de los abuelos se diversifique. Ya no será imprescindible vivir cerca para mantener un vínculo estrecho. La tecnología permite presencia emocional sin convivencia física, lo que podría, en parte, aliviar la presión sobre el cuidado diario.
Aun así, nada sustituye el calor humano, la cercanía de una persona mayor que cuida, entiende y orienta. Quizá, a medida que las sociedades sigan cambiando, valoraremos más el aporte de los abuelos y reconoceremos su papel con mayor justicia. Las artes y la cultura podrían empezar a dedicarles más atención, narrando no solo las tradiciones que encarnan, sino también los nuevos conflictos, aprendizajes y retos que surgen en un mundo donde hay más abuelos que nunca, pero también más complejidad familiar.
La figura del abuelo y la abuela es tan antigua como la humanidad misma, pero su rol no ha dejado de transformarse. De ser simples integrantes de un clan prehistórico, valorados por su experiencia y memoria colectiva, han pasado a convertirse en el sostén afectivo y logístico de muchas familias modernas, facilitando la conciliación laboral, apoyando económicamente —aunque sea indirectamente— y participando activamente en la crianza. En algunos casos, esta ayuda choca con la realidad de la jubilación cada vez más tardía, la exigencia de los nuevos ritmos de crianza o las tensiones por los diferentes criterios en la crianza.
La cultura, por su parte, no siempre ha sabido reconocer la importancia de estos pilares familiares. La escasa representación artística de los abuelos contrasta con el enorme peso social que tienen. Tal vez, con el tiempo, las historias, las películas y los libros empiecen a reflejar de manera más profunda sus conflictos, sueños, cansancios y satisfacciones.
Reconocer el valor de los abuelos es comprender que la familia no se limita a la relación padre-hijo, que las generaciones se solapan y se ayudan mutuamente, y que la experiencia, la paciencia y la ternura de los mayores siguen siendo un pilar insustituible para la sociedad contemporánea.