Las rabietas infantiles (también llamadas berrinches o pataletas) son explosiones emocionales intensas en los niños pequeños. Este artículo aborda el fenómeno desde los enfoques neurológico, psicológico y pedagógico, analizando qué son, por qué ocurren, cómo manejarlas de forma respetuosa y qué recursos pueden apoyar a familias y profesionales.
Las rabietas infantiles son reacciones ante frustraciones, necesidades insatisfechas o sobrecargas emocionales. Durante estas explosiones, el niño muestra comportamientos como llorar, gritar, patalear y, en ocasiones, autolesionarse o agredir objetos. Desde el punto de vista neurocientífico, se explican por lo que se conoce como un “secuestro amigdalino”: ante emociones intensas, la amígdala (centro de las emociones) domina la respuesta, mientras que la corteza prefrontal (responsable del control de impulsos) aún se encuentra inmadura.
“El niño está ante una sobrecarga emocional en la que el cerebro emocional pisa el acelerador y el freno prefrontal aún no funciona bien.”
([Referencia general basada en literatura neuropsicológica]).
Estudios recientes muestran que el desarrollo de la autorregulación emocional durante la primera infancia está vinculado a mejores resultados a largo plazo. Un estudio longitudinal en Reino Unido encontró que los niños que experimentaban dificultades en autorregularse presentaban, más adelante, mayor riesgo de sufrir trastornos de atención y ansiedad. Esto resalta la importancia de acompañar y guiar al niño durante sus explosiones, ayudándole a encontrar estrategias para gestionar la frustración.
“Nombrar la emoción que siente el niño activa la corteza prefrontal y disminuye la reactividad de la amígdala, facilitando la calma.”
([Referencia basada en estudios de imagen cerebral]).
Otra línea de investigación advierte sobre el uso excesivo de dispositivos electrónicos para calmar a niños en rabietas. Se ha observado que depender de pantallas puede limitar el aprendizaje del autocontrol. De igual forma, la co-regulación –la capacidad del adulto de ayudar al niño a regular sus emociones mediante su presencia calmada– es crucial en estos momentos.
Se distinguen dos tipos:
La intensidad de las rabietas puede variar:
En gran medida, las rabietas son inevitables en ciertas etapas del desarrollo (especialmente entre 1,5 y 4 años). Cumplen una función importante para el aprendizaje de la autorregulación. Sin embargo, se pueden prevenir o minimizar muchas situaciones detectando y neutralizando los desencadenantes:
Sí, son necesarias en tanto que permiten al niño experimentar y aprender a gestionar sus emociones. La rabieta, de forma controlada, es una oportunidad para que el niño desarrolle sus habilidades de tolerancia y resiliencia ante la frustración.
Se consideran patológicas aquellas rabietas que:
Se han desarrollado diversas corrientes que abordan el manejo de las rabietas desde el respeto y la empatía, sin recurrir a castigos físicos ni humillaciones:
Cada niño nace con un temperamento único, que en gran parte es genético. Algunos pueden ser naturalmente más sensibles y tener un umbral de frustración bajo, por lo que tendrán rabietas más intensas o frecuentes.
“El temperamento inestable, en muchos casos, es una herencia directa y se refleja en la intensidad de las rabietas.”
([Referencia basada en estudios de temperamento infantil]).
Aunque la predisposición es innata, el entorno familiar y el modelo de crianza son determinantes en la forma en que se expresan esas características:
La forma en la que los adultos responden durante una rabieta es decisiva tanto para la seguridad del niño como para su aprendizaje emocional. Entre las estrategias basadas en la evidencia destacan:
Mantener la calma:
El adulto debe controlar sus propias emociones. Si gritas, el niño lo imita y la situación se agrava.
Consejo: Si sientes que vas a explotar, tómate un breve respiro sin abandonar al niño.
Asegurar la seguridad física:
Retira objetos peligrosos y, si es necesario, contén suavemente al niño para evitar autoagresiones o agredir a otros.
Consejo: Un abrazo contenedor, dado con calma, puede ayudar a evitar lesiones sin dejar de imponer límites.
Validar las emociones:
Expresa con frases sencillas lo que observas (“Veo que estás muy enfadado porque no te compré el helado”) y hazle saber que sus sentimientos son legítimos, sin justificar el comportamiento agresivo.
Consejo: Nombrar la emoción ayuda al niño a identificar lo que siente.
No ceder a demandas irracionales:
Mantén límites claros. No se trata de reprimir la emoción, sino de enseñar alternativas para expresarla.
Consejo: Ceder en exceso le enseña al niño que la rabieta es el medio más eficaz para conseguir lo que quiere.
No usar gritos, castigos físicos ni aislamiento punitivo:
Estas técnicas socavan la autoestima y la relación de apego.
Consejo: Si ya has gritado, reestablece el contacto mediante un “perdón, me alteré; vamos a calmarnos” y continúa con empatía.
Reconexión tras la rabieta:
Una vez calmado el niño, es importante dialogar sobre lo ocurrido, reforzar lo positivo y, si es necesario, aplicar consecuencias lógicas (por ejemplo, colaborar a limpiar si ha tirado la comida).
Consejo: La reflexión se realiza mejor en un estado de calma y no en medio del arrebato.
Para padres y madres:
Para educadores y profesionales:
Si las rabietas parecen excesivas o indican dificultades emocionales más profundas, es recomendable consultar con:
Las rabietas son una parte natural y necesaria del desarrollo emocional infantil. Aunque inevitable en las primeras etapas, el acompañamiento respetuoso y empático por parte de los adultos permite que se conviertan en una oportunidad de aprendizaje y consolidación del vínculo afectivo. Diversos enfoques –Montessori, Pikler/RIE, Disciplina Positiva y crianza con apego– coinciden en que lo más importante es mantener la calma, validar las emociones y establecer límites sin recurrir a castigos físicos o humillaciones.
Además, la interacción entre el temperamento (en parte genético) y el modelo de crianza define en gran medida la frecuencia e intensidad de las rabietas. Por ello, los adultos deben informarse y formarse, utilizando los recursos disponibles para crear entornos de seguridad y aprendizaje, y ofreciendo siempre al niño la oportunidad de sentirse comprendido y apoyado.
Con amor, paciencia y firmeza, cada rabieta puede transformarse en una oportunidad para enseñar al pequeño a regular sus emociones y crecer como individuo completo. ¡Y de paso, para que tanto él como sus cuidadores aprendan a vivir mejor sus propios momentos intensos!
Referencias diversas basadas en estudios académicos, publicaciones de expertos y material de divulgación en neuropsicología, psicología infantil y pedagogía respetuosa.