
🛤️ El viaje en tren
Tiempo de lectura: 4 minutos.
📖 Un cuento para edades de 6 a 9 años.
⏳ Tiempo de lectura: 6 minutos.
📝 Pablo descubre que ordenar su cuarto puede ayudarle a ordenar también su vida.
🗂️ Clasificado en: Cuentos con valores - Cuentos de animales - Cuentos de amistad - Cuentos sobre la familia - Cuentos para aprender hábitos saludables
Pablo era un pequeño erizo con un talento especial: podía ignorar el desorden como si no existiera. En su cuarto había ropa por todas partes, juguetes desparramados, libros abiertos y una montaña misteriosa que, quizá, en algún momento, fue su escritorio.
Sus padres se lo recordaban a diario:
—Pablo, recoge tu habitación.
—Pablo, la ropa sucia al cesto.
—Pablo, ¡tu escritorio no es una jungla!
Pero él prefería jugar. Pensaba que un poco de caos no hacía daño a nadie. Hasta que, una mañana, se quedó sin calcetines.
Rebuscó en su cajón y lo encontró vacío. Fue directo a su padre, medio descalzo y con cara de urgencia.
—Papá, ¿has lavado mis calcetines?
—He lavado la ropa que estaba en el cesto —respondió su padre sin levantar la vista de la taza que estaba removiendo—. Si tus calcetines no estaban allí, no los he lavado.
Pablo frunció el ceño, listo para protestar, pero su padre fue más rápido:
—Sabes que tu responsabilidad es dejar tu ropita sucia en el cesto. Si no lo has hecho, no puedes culparme —añadió, señalándolo con la cucharilla de café.
Sin más opciones, Pablo rebuscó entre los montones del suelo. Apiló una montaña de ropa sucia hasta que encontró un par de calcetines menos sucios que el resto, se los puso, metió el resto en el cesto y salió corriendo. Se le había hecho tarde y no tuvo tiempo de desayunar bien.
En clase, su estómago rugía como un león hambriento. A la hora de historia, la profesora anunció un trabajo: tenían que buscar una curiosidad sobre algún personaje histórico y presentarla la semana siguiente en parejas.
Pablo miró a su amiga Miriam y se acercó. Siempre hacían los trabajos juntos. Pero, al verlo venir, Miriam se puso nerviosa. Antes de que él dijera nada, soltó atropelladamente:
—Es que... ya me lo ha pedido otra persona... lo siento.
Pablo se quedó helado. Claro que ella podía trabajar con quien quisiera, pero eran mejores amigos. ¿Por qué no había contado con él esta vez?
Su primer impulso fue enfadarse, pero decidió hacer lo correcto. Durante la comida, se armó de valor y fue a hablar con ella.
—¿He hecho algo mal?
Miriam bajó la mirada. Luego, con mucho cuidado, le sacó un papel arrugado que se le había quedado enganchado entre las púas.
—Pablo… eres muy desordenado. Me cuesta mucho trabajar en ese caos. Si vienes a mi casa, te dispersas, sacas mil cosas de su sitio y, cuando te vas, dejas todo tirado. Y si voy yo a la tuya... bueno, es que no se puede ni entrar.
Las palabras le cayeron como un jarro de agua fría. Se sintió avergonzado, expuesto. Murmuró una excusa y se marchó. El resto del día pasó como un fantasma por las clases, absorto en sus pensamientos.
Cuando llegó a casa, ya había tomado una decisión. Nada de excusas. Iba a ordenar su cuarto.
Se descalzó y dejó la mochila tirada, como siempre. Pero se detuvo. Volvió sobre sus pasos, metió las zapatillas en el zapatero y colocó la mochila en su sitio.
Mucho mejor.
Al abrir la puerta de su habitación, intentó imaginar que era Miriam entrando allí. El alma se le cayó a los pies. Entendió al instante. El cuarto era un desastre.
Justo en ese momento, su hermano mayor, Enrique, pasaba por el pasillo.
—¿Qué te pasa, Pablo?
—Quiero ordenar mi cuarto, pero no sé por dónde empezar...
—Venga, te ayudo. Voy a por una bolsa de basura.
Comenzaron por lo evidente: vasos de yogur vacíos, pañuelos de papel usados, un corazón de manzana… Pero cuando Enrique empezó a cuestionar cosas que para Pablo tenían valor —un muñeco roto, una pieza suelta de un juego desaparecido—, la cosa se complicó.
Entonces apareció su madre.
—¿Qué hacéis aquí?
Al ver el panorama, se unió enseguida, trapo en mano. Empezó a limpiar estanterías mientras los chicos le alcanzaban libros, lápices, peluches...
El cuarto empezaba a parecer otra cosa. Pablo, al principio indeciso, comenzó a mirar las cosas con más criterio. Aprendía a soltar.
Más tarde, cuando su padre volvió del supermercado, los encontró a los tres manos a la obra.
—Ven, Pablo —dijo con una sonrisa—. Voy a enseñarte a hacer bien la cama.
Juntos estiraron las sábanas limpias y alisaron la colcha. Cuando terminaron, la habitación era otra. Y también Pablo.
Esa noche, se acomodó en su cama recién hecha con una sensación extraña pero reconfortante. Paz.
Pensó en Miriam, en cómo se había sentido, en lo que le había dicho. Y decidió que al día siguiente hablaría con ella. Le diría que tenía razón —aunque le habría gustado que se lo contara antes—. Que había recogido su habitación. Y que, si volvían a encargarles otro trabajo, si aún quería, volviera a contar con él.
Aquella noche, Pablo descansó satisfecho. Y feliz.
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Pablo, un erizo al que siempre le cuesta ordenar su cuarto, pierde sus calcetines y descubre que el desorden afecta su vida diaria y sus amistades. Tras un conflicto con su amiga Miriam, decide pedir ayuda a su familia para poner en orden su habitación y, al hacerlo, aprende la importancia de la responsabilidad y el cuidado personal.
Este cuento conecta con la experiencia de muchos pequeños que evitan tareas domésticas y muestran cómo el orden mejora su bienestar y sus relaciones. Fomenta el hábito de mantener el espacio limpio, la empatía hacia quienes comparten el entorno y la idea de que pedir ayuda es una actitud valiente.
Los niños se reconocerán en la dificultad de recoger sus cosas y en las consecuencias de no hacerlo (calcetines perdidos, problemas con amigos). La intervención de la familia refleja situaciones cotidianas en las que todos colaboran y muestran cómo pequeñas acciones cambian el día a día.
Ayudar a los niños a organizar su espacio les enseña disciplina y refuerza el sentido de responsabilidad. Participar juntos en la tarea fortalece el vínculo familiar y transmite que cada pequeño esfuerzo cuenta para mejorar la convivencia y la autoestima.
"ordenar tu cuarto es ordenar tu mundo."