
🐉 Los dragones de papel
Tiempo de lectura: 5 minutos.
📖 Un cuento para edades de 5 a 10 años.
⏳ Tiempo de lectura: 4 minutos.
📝 Un gesto pequeño desencadena una cadena de acciones invisibles pero maravillosas.
🗂️ Clasificado en: Cuentos con valores - Cuentos de animales - Cuentos de amistad - Cuentos sobre cuidar la naturaleza
Una mañana de verano, Mauro estaba en la piscina de sus abuelos, remojando los pies y pensando en si el agua estaba lo bastante buena como para meterse. De pronto, vio algo diminuto moviéndose como loco en la superficie: un escarabajo, pataleando, intentando salir del agua sin éxito.
Sin pensarlo mucho, Mauro alargó un dedo, lo enganchó suavemente y lo dejó sobre la piedra caliente. El escarabajo se quedó quieto un segundo, como si no pudiera creerlo, y luego se alejó tambaleándose.
—De nada, pequeñín —le dijo Mauro, que ya se había olvidado del asunto cuando se tiró de cabeza al agua.
Pero para el escarabajo, aquello fue un milagro. Un gesto minúsculo para un niño había significado todo para él. Se llamaba Tino, y llevaba años esquivando peligros, pero nunca uno tan resbaladizo y traicionero como una piscina humana.
Aún reponiéndose del susto, tomó una determinación: tenía que hacer algo por aquel muchacho. Pero como no sabía de qué manera hacerlo, emprendió su viaje hacia el Consejo de Insectos Sabios, un grupo de bichos viejísimos que vivían bajo la higuera del jardín, a ver si podían darle alguna idea.
Allí estaban la abuela abeja, el grillo bibliotecario, una mantis medio sorda y un gusano con gafas. Tino pidió audiencia urgente.
—Un niño me ha salvado. ¡Uno humano! ¡No puedo dejarlo así! —dijo Tino, exaltado.
Los sabios se miraron entre sí.
—¿Y qué quieres hacer? ¿Llevarle un pastel? —bufó la mantis.
—¡Claro que no! ¡Quiero hacer algo... útil! —insistió Tino.
Entonces, después de discutir un buen rato, decidieron ofrecerle un favor insectil: un pequeño milagro, de esos que los humanos no saben de dónde vienen, pero que les cambia un poquito la vida.
Tino se lo tomó muy en serio. Durante días observó a Mauro desde lejos. Lo vio buscar sin éxito su cochecito favorito por todo el jardín, perder en una rendija —demasiado grande para sus dedos— una pequeña pieza de Lego, y llorar porque no podía dormir por culpa del zumbido de un mosquito…
Tomó nota de todo y, una noche, el escarabajo actuó. Junto con otros insectos, organizó una operación secreta:
A la mañana siguiente, Mauro encontró su cochecito. La construcción de Lego estaba completa. Y había dormido como un tronco.
No entendía por qué todo le parecía... un poco mejor. Como si el mundo estuviera de su parte.
Y desde entonces, cada vez que veía un bicho en apuros, Mauro los ayudaba. No porque esperara nada a cambio, sino porque le salía así.
Lo que nunca supo es que, cada vez que lo hacía, en algún rincón del jardín, un escarabajo se llevaba una pata al pecho y decía con orgullo:
—Ese es Mauro. El niño al que le debemos la vida.
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