📖 Un cuento para edades de 7 a 10 años.
⏳ Tiempo de lectura: 6 minutos.
📝 Un emperador vanidoso es engañado con un traje invisible que revela la verdad de todos.
Había una vez un emperador 👑 tremendamente vanidoso que sólo disfrutaba con la ropa. No se preocupaba por otras aficiones, por el teatro, la ópera, ni siquiera por pasear por sus jardines, si no era para lucir algún traje nuevo. Era tan presumido que tenía uno para cada hora del día, y, cuando alguien lo buscaba, se decían: “Está en el vestuario”.
Un día, llegaron dos hombres a la ciudad que se hacían pasar por tejedores de telas mágicas. Dijeron que sabían tejer una tela tan extraordinaria, que no solo era hermosa, sino que solo podían verla quienes fueran muy inteligentes y buenos en su trabajo. Los tontos, decían, ¡no verían nada!
Al emperador, que era tan vanidoso, se le abrieron los ojos de par en par. Pensó: “Si llevo un traje hecho con esa tela, podré saber quién es digno de su puesto y quién no”. Así que, sin pensarlo dos veces, les dio a los tejedores mucho oro e hilos finísimos para que empezaran el trabajo.
Los dos bribones 😈 se instalaron en una gran sala, donde pusieron dos telares vacíos y fingieron trabajar día y noche. Pedían más y más hilos de oro y plata, pero se los guardaban en sus sacos, y movían las manos como si estuvieran tejiendo.
Después de unos días, el emperador empezó a impacientarse por saber cómo iba su traje nuevo, pero le preocupaba ir él mismo. Así que decidió enviar a uno de sus ministros 💼, un hombre en quien confiaba mucho y al que consideraba muy inteligente. El ministro fue hasta la sala, y los bribones lo recibieron amablemente, mostrándole los telares vacíos y diciendo:
—¿Verdad que es hermosa? Mire el brillo de los hilos y el dibujo tan elaborado.
El ministro, sin embargo, no veía nada de nada. Al instante, sintió que el corazón le daba un vuelco y pensó: “¿Será que soy un tonto o no sirvo para mi cargo?”. Para evitar la vergüenza, decidió no decir nada y comenzó a halagar la “tela”.
—¡Es increíble! —dijo, fingiendo admiración—. ¡Qué colores tan intensos y qué dibujo tan especial!
Al volver con el emperador, le describió el traje invisible como si realmente lo hubiera visto. El emperador estaba encantado, pero para asegurarse, decidió enviar a otro funcionario, alguien un poco menos listo, solo para confirmar. “Si este otro la ve, seguro que yo también podré”, pensó.
El segundo funcionario, un hombre menos avispado, miró el telar y, como no veía nada, pensó: “Si no veo esta tela, los demás pensarán que soy un tonto”. Así que, aunque no veía nada, exclamó:
—¡Oh, qué maravilla! ¡Es la tela más fina que jamás he visto!
Al oír la misma descripción por segunda vez, el emperador se convenció de que el traje debía de ser espectacular. Decidió ir él mismo a verlo.
Cuando entró en la sala, los bribones hicieron una gran ceremonia, enseñándole el “traje” y describiendo los colores y patrones. El emperador no veía nada en absoluto, pero pensó consternado: “Si ellos pueden verla, ¿seré yo el único que no? ¡Eso sería una vergüenza!”. Así que fingió admiración y repitió las descripciones que los funcionarios le habían contado:
—¡Oh, qué bonito diseño! ¡Qué colores tan únicos!
Llegó el día de la gran procesión, y los bribones fingieron vestir al emperador con mucho cuidado. Él caminó con paso majestuoso, mientras sus ayudantes lo seguían sosteniendo la cola del traje que, en realidad, no existía. La gente, al verlo pasar, no quería parecer tonta y decía:
—¡Es el traje más increíble que hemos visto jamás!
De repente, un niño 👦 gritó:
—¡Pero si no lleva nada!
Los murmullos se extendieron rápidamente. Primero un par de personas, luego casi toda la multitud empezó a decir lo mismo: “¡No lleva nada puesto!”. El emperador escuchó, se sonrojó y se dio cuenta de que tenían razón, pero ya no podía detenerse. ¡Menuda vergüenza si admitía que había sido engañado!
Así que, haciendo un esfuerzo, levantó la cabeza, acortó el paseo lo más que pudo y se retiró rápidamente al castillo, mientras el pueblo se reía por lo bajo. Cuando se giró para buscar a los tejedores y pedirles explicaciones, ya estaban muy lejos, con sus sacos llenos de oro y sus carcajadas resonando por toda la ciudad.
Desde ese día, el emperador y sus funcionarios aprendieron que no hay que dejarse llevar por el miedo a lo que piensen los demás, porque uno puede terminar engañado. Ser honesto con uno mismo y defender la verdad, como hizo el niño en su inocencia, no nos hace menos. A veces, ser sincero y defender lo que creemos, aunque no sea popular, es lo que realmente nos hace fuertes y valientes.
El traje nuevo del emperador es un clásico cuento de hadas escrito por Hans Christian Andersen y publicado por primera vez en 1837. Andersen se inspiró en un relato del escritor español Don Juan Manuel incluido en El Conde Lucanor, adaptándolo a su estilo narrativo. La historia, que critica la vanidad y la falta de honestidad, refleja la sociedad de la época, marcada por jerarquías sociales y el miedo al juicio de los demás.
Un emperador vanidoso es engañado por dos bribones que le venden un traje invisible, supuestamente visible solo para los inteligentes y competentes. Todos, temerosos de parecer tontos, fingen admirar el traje inexistente, hasta que un niño señala la verdad. Este acto sincero destapa la mentira y deja al emperador en evidencia.
Este cuento enseña a los niños la importancia de ser honestos, incluso cuando la presión social los invite a fingir o mentir. También fomenta la valentía de expresar lo que piensan y ser auténticos, habilidades clave para su desarrollo emocional y social en esta etapa.
Los niños pueden identificarse con la sinceridad del niño que señala lo evidente. Además, la historia les ayuda a comprender situaciones sociales donde otros se dejan influir por el miedo al rechazo, algo que puede ocurrir en el colegio o en su grupo de amigos.
Este cuento es una oportunidad para hablar con los niños sobre la importancia de ser sinceros y confiar en lo que ven o sienten, aunque otros no estén de acuerdo. También puede servir para reflexionar sobre cómo actuar frente a la presión social y enseñarles a valorar la honestidad en lugar de la apariencia.
“La verdad, aunque no sea popular, siempre tiene más valor que las apariencias.”