🧙 Bruja cegata, poción feliz

En una casita destartalada al borde de un pantano oscuro vivía Grunila, una bruja muy malvada y tan cegata que no distinguía ni a su gato negro del caldero mágico. Una tarde, Grunila decidió salir a tomar algo en "La cafetería del dragón somnoliento", donde servían el mejor té de ortigas del pueblo.

Mientras sorbía su té, dejó distraídamente sus gruesas gafas sobre la mesa. Al irse, Grunila cogió sin darse cuenta las gafas de otra persona, que tomaba una infusión de pétalos justo a su lado.

Ya en casa, Grunila se puso las gafas y empezó a preparar la terrible "poción saponizadora" que convertiría en sapos a todos los niños del colegio. Pero con aquellas gafas extrañas, el libro mágico parecía diferente: todo era colorido, brillante y demasiado bonito. "Debo ir mañana mismo a la óptica a por unas gafas nuevas", refunfuñó, "pero primero haré mi travesura en el colegio, ¡será divertidísimo!".

Fue echando ingredientes al caldero, pero algo no cuadraba. En lugar del habitual color verdoso, la poción tomó un tono azul brillante y despedía un aroma delicioso a verano en la playa y arcoíris radiante. "Qué extraño", murmuró desconfiada.

A la mañana siguiente, Grunila echó la poción en un frasco, sin percatarse de que goteaba alegremente, dejando un reguero de pequeñas florecillas que brotaban a cada paso. Lo metió en su bolso negro repleto de maldades y voló hacia el colegio en su escoba.

Se posó en el patio trasero del colegio y esperó a que la cocinera se metiera en el almacén para colarse en la cocina, abrió el bolso y, para su sorpresa, salió volando una bandada de colibríes multicolores. Algo aturdida, vertió rápidamente el contenido en la cacerola que estaba al fuego y corrió a esconderse tras un arbusto cercano.

La campana del recreo sonó y Grunila esperó, ansiosa por ver a los niños convertidos en sapos. Pero lo que vio fueron rayos de purpurina, carcajadas felices y canciones alegres saliendo por las ventanas. Se acercó confundida y asomó su nariz puntiaguda por el cristal, ¡el comedor parecía una gran fiesta llena de risas y colores!

De repente, sintió que alguien tocaba su hombro suavemente. Se giró sobresaltada y allí estaba el hada madrina, sonriéndole dulcemente y ofreciéndole sus auténticas gafas.

—Creo que ayer nos confundimos, querida Grunila —dijo el hada con voz amable.

Con un gruñido, Grunila intercambió las gafas de mala gana y se marchó volando en su escoba con una carcajada malvada, deseosa de repetir de nuevo su poción.

El hada madrina sonreía mientras la veía alejarse, porque lo que Grunila no sabía era que el hada, muy lista, había encantado sus gafas de verdad. Ahora, por más que lo intentara, Grunila sólo podría crear magia buena.

Así que, desde entonces, sin saber muy bien cómo, Grunila terminó llenando de flores y sonrisas todo el pueblo cada vez que intentaba hacer sus travesuras. Y aunque fingía estar enfadada, muy en el fondo empezaba a gustarle esa nueva magia tan alegre y brillante.