
👠 La Cenicienta
Tiempo de lectura: 7 minutos.
📖 Un cuento para edades de 7 a 12 años.
⏳ Tiempo de lectura: 10 minutos.
📝 Un niño curioso, una chispa de inspiración... y todo empieza a cambiar.
🗂️ Clasificado en: Cuentos de fantasía - Cuentos sobre inspiración y creatividad
Dicen que todas las ideas del mundo ya existen. No están en ninguna parte que pueda verse ni tocarse, pero existen. Duermen. Flotan en una especie de plano invisible, esperando que alguien, en algún lugar, se haga la pregunta exacta para poder despertarlas.
En una dimensión que no tiene suelo, ni techo, ni relojes, existe una agencia que se dedica a cuidar esas ideas y a decidir cuándo, y sobre todo a quién, debe entregárselas. Se llama la Agencia de Inspiraciones Interdimensionales. O AII, para los que trabajan allí. Desde el otro lado del velo, donde todo es luz y materia al mismo tiempo, agentes muy peculiares se encargan de estudiar a los humanos y valorar si están listos para recibir una chispa de esas ideas dormidas. Lo llaman inspiración.
No cualquiera puede recibirla. No es cuestión de suerte, ni de portarse bien, ni de sacar buenas notas. La agencia tiene su propio sistema de evaluación. Cada humano es analizado en cinco aspectos muy concretos: su curiosidad, su esfuerzo, su conexión con el entorno, su imaginación activa y su capacidad de proyectarse, de imaginarse creciendo, avanzando, convirtiéndose en algo más que lo que ya es.
Según la puntuación que obtiene en cada aspecto, esa persona recibe una categoría de inspiración. La mayoría de la gente ronda los niveles bajos, sin que eso sea necesariamente malo. Simplemente significa que aún no están en el momento. Pero de vez en cuando, alguien destaca. Y entonces, la agencia actúa.
A lo largo de la historia, ha sido la AII quien ha susurrado las grandes ideas justo en el segundo perfecto. Fue un agente de alto rango el que lanzó la chispa a una científica que miraba distraída una taza de té y de pronto pensó en la estructura del ADN. Otro, disfrazado de ave de paso, inspiró a un niño que jugaba con cometas bajo una tormenta y que años más tarde descubriría la electricidad. Incluso se cuenta que una inspiración artística de nivel máximo fue entregada a una joven mientras dormía, y al despertar, compuso la pieza que cambiaría la música para siempre. Las ideas ya estaban ahí, pero necesitaban a alguien capaz de recibirlas.
Galinus no lo sabía aún, pero aquella mañana estaba a punto de vivir su primer gran caso. Era un agente joven, impaciente, con una forma de chispa azulada y unas gafas que siempre estaban a punto de caérsele. Tenía a su cargo a unos cuantos humanos de nivel bajo, todos bastante apagados, sin demasiadas señales de despertar. Se pasaba los días revisando informes escolares, listas de hábitos y lecturas de comportamiento. Nada que pareciera mínimamente inspirador. Hasta que, de pronto, su consola emitió un destello que lo obligó a incorporarse. El nombre que apareció en la pantalla era Leo.
Leo tenía diez años, vivía en una ciudad cualquiera y pasaba completamente desapercibido en su colegio. Sus profesores lo describían como distraído, lento para entender, incapaz de concentrarse en clase. En los informes aparecían palabras como “desmotivado”, “desorganizado” y “pasivo”. Pero la puntuación que acababa de registrar el sistema de AII decía otra cosa: Leo acababa de alcanzar una puntuación que lo colocaba al borde de la categoría 2, una de las más altas del sistema.
Galinus, desconcertado, pidió una revisión a su supervisora, una agente con forma de espiral luminosa que siempre parecía tener prisa. Ella ni se molestó en mirar el caso.
—¿Leo, dices? ¿El del expediente caótico? No pierdas el tiempo. Revisa sus notas escolares y espera a la próxima evaluación. Esto es una anomalía estadística, nada más.
Pero a Galinus no le parecía que fuera nada más. Había algo extraño, sí, pero no era una anomalía. Era como un brillo escondido, una especie de latido. Y aunque no estaba permitido investigar más allá sin autorización, se arriesgó. Abrió los registros de entorno de Leo, buscando vínculos cercanos que pudieran estar influyendo en él. Ahí fue donde encontró a Lucrecia.
Lucrecia era la frutera del barrio. Atendía un pequeño puesto lleno de cestas de mimbre, limones brillantes y tomates con aroma a sol. Según la ficha de AII, no tenía agente asignado, pero presentaba una curiosidad silenciosa por los insectos, los pájaros y los ciclos de las frutas que vendía. No lo compartía con nadie. Guardaba su interés para sí, como quien tiene un secreto del que ni siquiera es consciente.
Galinus supo que estaba cruzando una línea. Pero también supo que valía la pena. Con un gesto rápido —que en términos de la agencia era lo más parecido a un hurto—, se apropió de la ficha de Lucrecia y la integró en su red de seguimiento. Era ilegal, aunque no grave. Una especie de “préstamo indebido”. A cambio, activó una microdosis de inspiración educativa y la dirigió hacia ella. Una semilla invisible que haría brotar en ella la necesidad de compartir lo que sabía.
Esa misma tarde, Leo fue con su abuela a comprar fruta para la merienda. Mientras la señora elegía peras y remolachas, Leo se quedó mirando fijamente una hoja de lechuga. Sobre ella había un insecto diminuto, dorado, con alas como cristales.
Lucrecia, que lo vio observando, se acercó.
—¿Sabes qué es eso? —le dijo—. Es un sírfido. Parece una avispa, pero en realidad es una mosca. Y ayuda a que no haya plagas en los cultivos. Gracias a bichitos como este, muchas de las frutas que ves aquí pueden crecer bien.
Leo alzó los ojos. Escuchó cada palabra como si fuera un hechizo. Luego preguntó. Y volvió a preguntar. Y por primera vez en mucho tiempo, no pensaba en otra cosa.
Esa noche, en casa, la abuela, sorprendida por su entusiasmo, se sentó con él delante del ordenador. Buscaron juntos información sobre insectos beneficiosos, sobre aves que se alimentan de ellos, sobre cultivos y equilibrio natural. Leo anotaba cosas. No para un examen, no para un trabajo, sino porque quería saber más.
Al día siguiente, en clase de ciencias naturales, el profesor Carlos hablaba de cadenas alimenticias. Leo levantó la mano.
—Ayer leí que las mariquitas se comen a los pulgones. Que si hay muchas, las plantas no se enferman tanto. Y que también hay pájaros que comen insectos y eso ayuda a que los frutales crezcan mejor.
Carlos se quedó en silencio unos segundos. Luego sonrió alentando a Leo a seguir hablando. Éste contó sobre todos los descubrimientos que había hecho con su abuela la noche anterior y los compañeros de clase escuchaban, llenándose del entusiasmo del propio Leo.
—Qué interesante, Leo. Mañana hablaremos de polinizadores. Si quieres, puedes buscar algo más y compartirlo con la clase.
Leo asintió. No era una sonrisa nerviosa, ni un gesto para quedar bien. Era pura motivación.
Galinus lo estaba observando todo, emocionado por la transformación de Leo.
Esa misma tarde, en la sala de reuniones del colegio, el profesor Carlos les contó a sus compañeros lo que había pasado.
—Creo que Leo tiene algo que aún no hemos sabido ver. Tal vez no es despiste. Tal vez es otra forma de aprender. Si le damos espacio, creo que puede sorprendernos.
En ese mismo instante, en la consola de Galinus, las luces cambiaron de color. Un zumbido suave, casi musical, le avisó del cambio.
El informe apareció: “Sujeto Leo ha ascendido. Inspirabilidad nivel 2.”
Y justo debajo, en letras más pequeñas: “Autorización retroactiva concedida. Asignación oficial de ficha: Lucrecia.”
Galinus no se movió. Cerró los ojos y dejó que la sensación lo recorriera por completo. Lo había conseguido. No solo había detectado una chispa. Había logrado encenderla. Y, de paso, había conseguido su primer fichaje propio.
Desde entonces, Lucrecia empezó a contar pequeñas curiosidades a sus clientes. Leo siguió preguntando. La abuela buscaba más información. Carlos preparaba clases con más espacio para las preguntas inesperadas.
Y en el otro lado del velo, la Agencia de Inspiraciones Interdimensionales anotó en su núcleo que el protocolo de ideas debía incluir a la red de conexiones de los sujetos.
Porque la inspiración no es un rayo.
Es un proceso.
Y cuando encuentra el canal adecuado,
lo transforma todo.
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En un mundo interdimensional, la Agencia de Inspiraciones Interdimensionales elige a las personas según su curiosidad, esfuerzo y creatividad. Cuando Galinus descubre que Leo, un niño aparentemente distraído, alcanza un nivel alto de inspirabilidad, interviene para conectar a Leo con Lucrecia, la frutera curiosa. Gracias a ese vínculo, Leo despierta su motivación e inspira a quienes le rodean.
Este cuento muestra que las ideas no caen del cielo por azar, sino que surgen cuando desarrollamos nuestra curiosidad y nos relacionamos con el mundo. Enseña que cada persona puede aportar inspiración y que el aprendizaje puede nacer de encuentros inesperados.
Los niños se identificarán con la rutina escolar, la sensación de no encajar y el descubrimiento de un talento oculto. También reconocerán la importancia de figuras cotidianas (abuela, frutera) como fuentes de conocimiento y de la cooperación entre generaciones.
Fomentar la curiosidad y el diálogo abierto ayuda a los niños a descubrir sus pasiones y a compartirlas. Este cuento invita a los padres a escuchar sin juzgar, a proporcionar espacios para la exploración y a celebrar cada chispa de inspiración.
"La inspiración no es un rayo. es un proceso. y cuando encuentra el canal adecuado, lo transforma todo."