🎲 Un reino de juegos: la prueba de amistad de Tableria
Tiempo de lectura: 6 minutos.
📖 Un cuento para edades de 6 a 10 años.
⏳ Tiempo de lectura: 4 minutos.
📝 Un dedal viejo esconde un genio muy peculiar que concede deseos… a su manera.
🗂️ Clasificado en: Cuentos de magia - Cuentos sobre la familia - Cuentos con valores - Cuentos de fantasía
En el fondo de la caja de costura de la abuela —esa lata redonda que inicialmente tenía galletas de mantequilla, pero que luego se le dio un nuevo uso— había de todo: botones de mil tamaños, agujas que pinchaban sin avisar, un metro amarillo que se enredaba solo… y un dedal viejo, de metal, ligeramente abollado, pero por lo demás, muy normal.
Gonzalo lo encontró una tarde lluviosa, mientras su padre y la abuela trajinaban con charla animada desde la cocina.
—¿Y esto? Parece un casco en miniatura —murmuró, metiendo el dedo dentro del dedal.
En ese instante, ¡pufffff! un torbellino de humo marrón llenó la habitación, y de entre la nube apareció un señor con turbante, bigote rizado y un chaleco que parecía sacado del mercadillo medieval al que habían ido el sábado pasado.
—¡Salve, pequeño humano! —tronó con voz grandilocuente, después de toser un poco por culpa del humo—. ¡Soy el gran y poderoso Genio del Dedal!
—¿Del dedal? —preguntó Gonzalo, mirando el pequeño objeto aún en su dedo.
—Eh… sí. Es un poco menos glamuroso que una lámpara, lo sé. Pero menos espacio, menos alquiler, ¿sabes? En fin... ¡tres deseos te concederé!
Gonzalo abrió mucho los ojos.
—¿Tres deseos de verdad?
—De verdad verdadera. Adelante, chaval, ¿qué te gustaría pedir?
Gonzalo lo pensó solo un segundo.
—Quiero ser ultra rico. ¡Riquísimo! Una mansión enorme, con piscina y un jardín gigantesco donde tener montones de perros.
El genio frunció el ceño.
—Ufff… eso… eso es complicado, colega. No hay muchas mansiones, ¿sabes? Y bueno, el dinero no se consigue tan fácilmente, y los jardines… eso ya es casi imposible, ¡muchacho! Anda, ¿pensamos en algo un poquito más razonable?
Gonzalo resopló.
—Vale, entonces… quiero que la profe de mates se ponga malita y mañana no haya clase.
El genio lo miró con cara de drama televisivo.
—¡Hombre no! Eso está feísimo. A la gente no se le desea el mal, y menos a las profesoras. Además, ¿te imaginas que me rebota el conjuro y me quedo yo con fiebre? Que esas cosas pasan… No, no. Piensa en algo más… amable. ¿Algo roto? ¿La patilla de unas gafas, quizá?
Gonzalo se rascó la cabeza.
—Pues no sé… tengo deberes.
—¡Eso! —dijo el genio, encantado—. ¿Qué tipo de deberes?
—Raíces cuadradas.
—¿Quéeeee? —el genio palideció—. ¡Eso es dificilísimo! No tengo ni calculadora. A ver si tienes unas sumitas, unas restitas… algo más dentro de mi rango de acción.
Gonzalo suspiró.
—Bueno, vale… quiero que la cena de hoy sean macarrones con chorizo.
El genio sonrió, chasqueó los dedos y gritó:
—¡Hecho! ¡Tu deseo es mi mandato!
Hubo un poff discreto y, desde la cocina, llegó olor a... pollo.
Gonzalo corrió a mirar. Su padre servía filetes de pollo con brócoli.
—Pero… ¿y los macarrones?
—Hoy toca esto, campeón, que hay que comer de todo —dijo su padre, aderezando el plato.
El genio, flotando en el aire, le guiñó un ojo y le susurró al oído:
—Parece que ya habían hecho la compra y... no he podido convencer a tu papi para ir al súper, pero mañana segurísimo que tendrás tus macarrones.
Y, efectivamente, a la noche siguiente…
—¡Tachán! —dijo mamá—. Hoy tocan macarrones con chorizo.
Gonzalo casi se cae de la silla de la emoción.
—¡Funciona! ¡El genio funciona!
Esa misma noche, después de cenar, sacó de nuevo el dedal de la caja.
—Hola, pequeño —saludó el genio, saliendo con un bostezo—. ¿Otro deseo? Pero recuerda… uno chiquitito, ¿eh?
Gonzalo sonrió, con mil ideas revoloteándole en la cabeza.
Y el genio, tosiendo un poco por el humo, feliz de poder ayudar a su manera.
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