
🐶 Zog y el viaje hacia el verdadero amor
Tiempo de lectura: 6 minutos.
📖 Un cuento para edades de 6 a 11 años.
⏳ Tiempo de lectura: 6 minutos.
📝 Una adaptación mágica y cuidada del cuento clásico para soñar despiertos.
🗂️ Clasificado en: Cuentos clásicos
Hace mucho, mucho tiempo, en un reino rodeado de montañas nevadas y bosques espesos, vivía un rey con su reina. Eran buenos, justos, queridos por su gente… pero había una pena que no conseguían aliviar: no podían tener hijos.
Pasaron los años. Los rezos. Las lágrimas. Y un día, tras bañarse en las aguas sagradas de un manantial escondido, la reina sintió algo distinto. Y nueve meses después, nació una niña.
La alegría fue tan inmensa que el rey organizó una fiesta como nunca se había visto. Invitó a todos los nobles, a los sabios, a los músicos… y también a las hadas del reino. Había trece en total, pero sólo había doce platos de oro. Así que una, la decimotercera, no fue invitada.
Durante el banquete, las hadas fueron acercándose una a una a la cuna de la niña. Cada una le otorgó un don:
—Yo te regalo la belleza.
—Yo, la inteligencia.
—Y yo, la risa.
—Y yo, la dulzura al hablar…
Así hasta once.
Pero justo antes de que hablara la última, se abrieron de golpe las puertas del salón.
La decimotercera hada había venido. Su vestido era oscuro como la medianoche, y sus ojos, afilados como el cristal, observaron ofendidos a todos los presentes, para terminar posándose con indignación en las caras de los reyes. Caminó con paso firme hasta la cuna. No gritó. No lanzó hechizos con gestos grandilocuentes. Solo dijo:
—Cuando cumpla quince años, esta niña se pinchará con el huso de una rueca… y morirá.
Y sin esperar respuesta, desapareció.
El silencio cayó como una losa sobre todos. Entonces, la duodécima hada —la única que no había hablado— dio un paso adelante. Tenía el rostro pálido, pero la voz decidida.
—No puedo anular la maldición. Es poderosa y ha sido pronunciada con rabia profunda. Pero puedo suavizarla: Donde haya muerte, habrá sueño. Donde haya olvido, habrá esperanza. Dormirá durante cien años… hasta que alguien valiente y puro de corazón la despierte con un beso.
El rey, aterrado, ordenó de inmediato que se destruyeran todas las ruecas del reino. Y así se hizo: se quemaron, se escondieron, se prohibió hilar.
Los años pasaron, y la niña creció fuerte y alegre. Cada uno de los dones de las hadas floreció en ella como un jardín en primavera. Era sabia, compasiva, valiente, generosa. La gente la adoraba, no solo por su belleza, sino por la luz que parecía emanar cuando hablaba, cuando reía, cuando caminaba por los pasillos del palacio. Todos la querían. Y todos temían, en secreto, que llegara el día en que cumpliera quince años.
Ese día llegó.
La joven, como siempre, se paseaba por el castillo, explorando cada rincón. Pero aquella mañana una fuerza inexplicable la llevó a lo alto de una torre vieja, una que ya casi nadie visitaba. Allí, tras una puerta que no recordaba haber visto nunca, envuelta en un resplandor misterioso, encontró a una anciana sentada, hilando.
—¿Qué haces? —preguntó.
—Hilo lana —respondió la mujer, sin levantar la vista.
—¿Puedo probar?
Se acercó, sin poder resistirse a algo más fuerte que su voluntad, un magnetismo que la empujaba a tocar el huso y, en cuanto su dedo lo rozó, se pinchó, desmayándose suavemente, como una hoja que cae al agua. Dormida.
En ese instante, todo lo demás en el castillo cayó dormido.
El rey, la reina, los sirvientes, los caballos, las palomas en los tejados, el fuego en las chimeneas, el reloj en la torre… Todo se detuvo. Y alrededor del castillo, una maraña de espinas empezó a crecer. Primero despacio, luego con furia, como si el bosque quisiera proteger el sueño de la joven.
Pasaron años. Décadas. Muchos príncipes intentaron llegar hasta allí, pero ninguno lo consiguió, quedando atrapados por las zarzas.
Poco a poco el suceso se convirtió en leyenda y cayó prácticamente en el olvido, hasta que, cien años después, un joven príncipe escuchó la historia.
Curioso por conocer la verdad tras los rumores, se dirigió al bosque, y en esta ocasión las zarzas, como obedeciendo un acuerdo mudo, se abrieron ante él. El sendero abierto lo llevó hasta un jardín silencioso. Atravesó el portón del lujoso castillo que apareció ante él y caminó por los pasillos dormidos, sintiendo la energía magnética que lo empujaba hasta llegar a la torre.
Allí, encontró a la joven, que dormía con el rostro en calma, como si esperara.
El ambiente era irreal, el tiempo allí dentro no pasaba, el aire no se movía, el silencio era completo y ella era el centro de toda esa quietud. Sintió que no estaba allí por azar. Algo más grande lo guiaba. Recordó las palabras antiguas, susurradas por las ancianas del reino: ‘cuando llegue el día, el corazón puro romperá el sueño con un beso’. Cumpliendo con la profecía, se inclinó para besarla.
Y entonces, la princesa abrió los ojos. Al mismo tiempo, todo el castillo despertó: el fuego volvió a arder, los pájaros cantaron, los caballos relincharon, el cocinero siguió pelando cebollas…
Y la princesa sonrió.
Poco tiempo después, se casaron y vivieron juntos una vida larga, tranquila y feliz, como esas historias que se recuerdan para siempre.
Y colorín, colorado… este cuento se ha despertado. 🌹✨
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