🎒 No quiero ir al cole

🎒 No quiero ir al cole

📖 Un cuento para edades de 6 a 10 años.

Tiempo de lectura: 5 minutos.

📝 Una niña descubre que el cole puede ser más valioso de lo que imagina.

🗂️ Clasificado en: Cuentos con valores - Cuentos de magia - Cuentos sobre la familia - Cuentos para resolver conflictos - Cuentos para aprender hábitos saludables

—¡No quiero ir al cole! ¡No quierooooo! —gritaba Lourdes todas las mañanas, aferrándose a la manta como si fuera un salvavidas.

Sus padres ya estaban acostumbrados a esa guerra diaria.

—Pero Lourdes, ¿no tienes amiguitos en el cole? —preguntaba su madre.
—Sí, tengo… pero el cole es aburrido. Prefiero dormir y jugar.

Su padre contraatacaba con el argumento clásico:
—El cole es importante.
—¿Por qué? —bufaba ella—. Si solo nos enseñan cosas inútiles. ¡Mira a Mario! —señalaba a su hermano mayor, que estudiaba en el salón—. Está memorizando los ríos de España. ¿Y para qué? ¡Si cuando termine el examen se habrá olvidado de la mitad!

Mario levantó la vista de sus apuntes y sonrió con complicidad.
—Pues tiene razón. Yo todavía no he usado una raíz cuadrada en mi vida…

Su madre, cansada, zanjaba siempre igual:
—Tienes que ir y punto.

Aquella noche, mientras daba vueltas en la cama, Lourdes vio una lucecita que apareció flotando frente a ella. Era un ser pequeño, brillante, redondito y con una enorme sonrisa.

—¿Eres mi hada madrina? —preguntó la niña asombrada.
—Algo así. He oído tus quejas, Lourdes —dijo con voz suave—. Concedo deseos… ¿qué quieres pedir?

Lourdes no dudó ni medio segundo:
—¡Quiero no volver al cole nunca más!
—¿Estás segura? Los deseos traen consecuencias.
—Segurísima. Es lo que más quiero en el mundo.

El ser la miró con ojos chispeantes, asintió y ¡plop! desapareció.

Al día siguiente, al sonar el despertador, Lourdes repitió su cantinela de siempre:
—Mamá, no quiero ir al cole.
Para su sorpresa, su madre sonrió cantarina:
—Vale, cariño. Quédate en casa. ¡Que tengas buen día!

Lourdes abrió mucho los ojos. ¡El deseo se había cumplido! Con la emoción se le pasó toda la modorra de golpe, así que se levantó, se preparó un desayuno gigante, encendió la tele y se tumbó feliz en el sofá.

Pero al rato, se empezó a aburrir. Cambió de serie, bostezó, se fue a jugar al cuarto, volvió a la tele… y el reloj apenas avanzaba. Las horas se hacían eternas.

Al mediodía llegó su padre.
—¿Qué tal la mañana? —preguntó.
—Bien… he estado descansando —respondió Lourdes sin mucho entusiasmo.
—Estupendo, me alegro —contestó él, distraído, terminando de poner la comida en la mesa.

Su padre comió rápido.
—Tengo que volver a la frutería.
—¿Puedo ir contigo? —pidió Lourdes.

La frutería no era su lugar favorito, pero al menos habría movimiento.

—Vale, pero estaré ocupado. ¿Quieres ayudarme? —propuso su padre.

Cuando llegaron, le tendió unas pizarras y una tiza.
—Escribe los nombres de las frutas.

Lourdes se puso manos a la obra, pero pronto se dio cuenta de que no sabía escribir bien muchas palabras. Cuando su padre vio las pizarras, frunció el ceño:
—¡Lourdes! Tienes montones de faltas y esta letra no se entiende nada. Anda, ven a la caja.

Desde allí observó cómo su padre sumaba, restaba y calculaba con rapidez. Cuando Lourdes quiso probar, se hizo un lío con los céntimos. Su padre resopló:
—Lourdes, no tengo tiempo para explicarte cada cosa. ¿No aprendiste eso en la escuela?

El momento más incómodo llegó con dos clientas mayores.
—¿Es tu niña, Fernando? ¡Qué grande está! —dijeron sonrientes—. ¿Y tú qué vas a ser, bonita? ¿Tenderita como tu padre?
—No… veterinaria, como mi madre.
—¡Uy! Pues tendrás que estudiar muchísimo. ¿Cómo es que no estás en el cole?

Lourdes tragó saliva. Por primera vez en mucho tiempo no supo qué contestar.

Aquella noche, en su habitación, la lucecita volvió a aparecer.
—¿Y bien, Lourdes? ¿Quieres mantener tu deseo?
La niña negó con la cabeza.
—No. Quiero volver al cole. Es verdad que a veces es aburrido y que no todo sirve para algo… pero sin él me siento perdida. Además, el día es mucho más interesante cuando voy.

El ser sonrió, dio una vuelta en el aire y con otro ¡plop! sonoro volvió a desaparecer.

Al día siguiente, cuando sonó el despertador, Lourdes se quejó un poquito por costumbre… pero se vistió rápido, preparó su mochila y salió corriendo hacia la puerta.

Había aprendido una lección importante: no todo en el cole era perfecto, pero sin cole, la vida se volvía mucho más aburrida.

Y desde entonces, aunque todavía refunfuñaba alguna mañana, Lourdes ya no gritó más aquello de:
—¡No quiero ir al cole!

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