
🌀 El laberinto invisible
Tiempo de lectura: 4 minutos.
📖 Un cuento para edades de 8 a 14 años.
⏳ Tiempo de lectura: 3 minutos.
📝 Un torneo surrealista donde lo absurdo se convierte en pura diversión.
🗂️ Clasificado en: Cuentos de fantasía
Lucía estaba harta de los concursos normales. Que si pintar, que si correr, que si memorizar las capitales del mundo... Pfff. Ella quería algo de verdad interesante.
Por eso, cuando vio aquel cartel en el tablón del barrio, se le encendieron los ojos:
¡GRAN TORNEO DE COSAS SIN SENTIDO!
Ven con lo que quieras. Mientras no tenga sentido, sirve.
—¡Esto es lo mío! —gritó Lucía, ilusionada de verdad por primera vez.
Pasó toda la mañana buscando objetos absurdos entre sus juguetes: una pelota con pelos, un yo-yo que silbaba cuando bajaba y un gorro de ducha decorado con purpurina. Orgullosa de lo ridículos que eran sus objetos, se presentó al torneo como “Lucía la Improbable”.
El lugar del evento era un solar con césped artificial y confeti por todas partes. Había un puesto de limonadas de sandía servidas en macetas, y justo al lado, una cabra disfrazada de unicornio se comía tranquilamente las cáscaras. Un grupo de mariachis en ropa interior y con sombrero mexicano animaba el ambiente con rancheras que nadie entendía del todo, pero todos aplaudían.
Los jueces eran tres loros disfrazados de árbitros (aunque uno claramente era un señor con muy poco disimulo). A su lado, un cartel: "La única norma es que no haya normas".
El recinto estaba lleno de puestos en los que se podía hacer concursos de lo más variopinto. La primera prueba a la que se apuntó fue “lanzamiento de mirada intensa”. Los participantes tenían que mirar un bizcocho hasta que se desmoronara. Lucía usó su mirada más concentrada, sentía a sus contrincantes a su lado, pero no se giraba a ver sus caras para no perder el foco… Cuando sentía que comenzaba a bizquear, el bizcocho explotó en confeti y todos rompieron en aplausos.
La segunda prueba que le llamó la atención era “¿quién rueda mejor dentro de un sillón?”. Aquí, Lucía dominó: se metió en un sillón inflable al que le habían puesto unas ruedas y bajó por una rampa haciendo giros que desafiaban la física. Aterrizó gritando “¡Viva el caos con clase!” y recibió una ovación.
La última prueba de la tarde, “baile libre con objetos absurdos”, era la que más espectadores tenía. Sacó su yo-yo silbador, lo combinó con la pelota peluda, y se plantó su gorro de ducha con purpurina. Bailó un merengue marciano que hizo reír hasta a los árboles del parque.
Al final, no hubo ganador. Ni perdedor. Ni trofeos. Solo un aplauso colectivo, abrazos llenos de brillantina y una señora mayor que gritó:
—¡Esto es arte contemporáneo y no lo de mi sobrino el escultor!
Lucía volvió a casa con el corazón lleno de risas y una conclusión clara:
lo mejor de no tener sentido es que a veces es lo que más sentido tiene.
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Lucía, harta de los concursos convencionales, participa en un torneo donde lo absurdo es la norma. Entre pruebas surrealistas y objetos estrafalarios, aprende que a veces lo que menos sentido tiene, más diversión y libertad aporta.
Este cuento celebra la imaginación sin límites y muestra que no siempre hace falta ceñirse a estándares establecidos para divertirse. Fomenta la capacidad de reírse de uno mismo, de experimentar sin miedo al qué dirán y de valorar la colaboración en entornos lúdicos.
Niños y niñas reconocen esos juegos disparatados que inventan en el recreo o en cumpleaños, donde lo absurdo se convierte en norma. Conecta con el deseo de romper rutinas, de inventar nuevas reglas y de compartir risas con amigos sin preocuparse por la competencia estricta.
Dejar espacio para que los niños exploren el humor y lo extraño sin presiones les enseña a valorar la creatividad y a disfrutar del momento. Apoyar sus ideas locas refuerza la autoestima y demuestra que a veces lo auténtico surge de lo inesperado.
"Lo mejor de no tener sentido es que a veces es lo que más sentido tiene."