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🎧 Los guardianes del silencio

🎧 Los guardianes del silencio

📖 Un cuento para edades de 9 a 14 años.

Tiempo de lectura: 8 minutos.

📝 Un niño sigue a un gato y descubre un secreto que podría cambiarlo todo.

🗂️ Clasificado en: Cuentos de ciencia ficción - Cuentos de fantasía - Cuentos sobre inspiración y creatividad

Durante generaciones, nadie había oído el silencio.

Y no por casualidad.

En Bruma, el sonido era obligatorio.

Por ley.

La normativa 243-Bis del Código de Bienestar Cognitivo establecía que ningún ciudadano podía estar más de treinta segundos consecutivos sin estímulos auditivos externos.

Los estudios oficiales —repetidos en todos los canales y en cada esquina de la ciudad— aseguraban que el silencio favorecía pensamientos dispersos, ideas disidentes y estados de ánimo impredecibles.

“Un entorno ruidoso es un entorno seguro”, repetían los carteles luminosos del metro, las puertas automáticas y hasta los cepillos de dientes eléctricos.

Por eso, en Bruma todo sonaba. Las calles emitían hilo musical constante, con melodías dulzonas interrumpidas por anuncios disfrazados de canciones. Los portales daban los buenos días con mensajes como: “¡Hoy será un gran día! Recuerda sonreír”. Los ascensores anunciaban la previsión meteorológica en cada piso. Los relojes de pulsera emitían titulares cada diez minutos. Las tostadoras contaban datos curiosos mientras esperabas el pan. Y los despertadores murmuraban en bucle frases como: “Tu presencia es importante para el funcionamiento armónico del sistema. Respira. Todo está bien. Todo está bien. Todo está bien…”

El objetivo era claro: que nadie pensara por su cuenta.

Ni un segundo sin ruido.

Ni un momento para uno mismo.

Óscar tenía trece años. Y sentía que le estaban robando algo.

No sabía exactamente el qué. Solo intuía que algo importante —algo muy suyo— se estaba apagando dentro de su cabeza, como una vela a la que no dejan de soplarle desde fuera.

A veces se tapaba los oídos con las manos y se escondía bajo las almohadas, buscando aunque fuera unos segundos de verdadero silencio. Pero siempre había algo que lo alcanzaba: una notificación, una voz automática, un pitido lejano. No había escapatoria.

Empezó a coger el autobús por las tardes, después del instituto, bajándose al final de la línea, para vagar por zonas industriales abandonadas donde los niveles de sonido bajaban hasta los 80 decibelios. Hasta que un día, lo vio.

Un gato.

Gris, flaco, con una oreja torcida y una mirada que no pestañeaba. Caminaba con decisión, como si conociera el camino.

Óscar no lo pensó. Lo siguió por puro impulso. Por intuición.

Bajó por una calle lateral, cruzó un solar lleno de escombros y acabó frente al muro medio derrumbado del antiguo hospital psiquiátrico.

Una verja oxidada. Un cartel ilegible. Y una rendija por la que el gato se deslizó sin dudar.

Óscar entró tras él.

El interior olía a polvo, humedad y abandono.

Recorrió pasillos rotos, escaleras a oscuras, salas con camillas oxidadas cubiertas por lonas viejas. El gato se coló tras una estantería caída. Había una trampilla abierta.

Óscar bajó.

Escaleras estrechas, paredes húmedas, un pasadizo de ladrillo. Y al final, una puerta metálica entreabierta.

La empujó.

Y entonces lo sintió.

El vacío.

Un silencio tan real que le zumbaban los oídos.

No como cuando te pones tapones. No como cuando se va la luz.

Era un silencio vivo.

Y aterrador.

Y hermoso.

Se quedó quieto. Solo escuchaba su respiración. Su corazón. Y el leve sonido de un carraspeo suave a su espalda.

—Primera vez, ¿verdad?

La voz lo hizo girar.

Allí, sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, había una chica. Tendría su edad. Pelo enredado, sudadera con el cuello desgastado, los ojos grandes y muy abiertos. El gato estaba tumbado sobre su mochila.

—¿Es tuyo? —preguntó Óscar.

—Más o menos. Él me encontró a mí —respondió ella, acariciándolo—. Se llama Coda.

Óscar asintió. No sabía qué decir.

—Yo me llamo Inari —añadió la chica—. Tranquilo, a mí me pasó la primera vez. Estás oyendo algo que casi nadie ha escuchado últimamente: el silencio de verdad.

Le hizo un gesto para que se sentara a su lado. En el suelo, sobre una manta vieja, había una tableta sin conexión, un cuaderno lleno de notas y un par de linternas pequeñas.

—Este lugar era parte de un programa de investigación. Una sala de observación. Lo encontré por casualidad y he venido cada tarde desde entonces. Aquí… las cosas piensan mejor. O tú piensas mejor. No sé.

Le mostró la tableta. Estaba llena de documentos escaneados.

Artículos científicos antiguos, informes, gráficos. Óscar empezó a leer.

Un experimento demostraba cómo el silencio activaba zonas del cerebro dormidas por el exceso de ruido. Otro mostraba que, después de solo diez minutos sin estímulos sonoros, niños y niñas resolvían problemas complejos que antes eran incapaces de abordar.

También había registros clínicos: mejora en la memoria, aumento de la creatividad, regulación emocional, mayor capacidad de introspección.

—Esto lo escondieron todo —dijo Inari—. Cuando vieron los efectos, cerraron los centros. Alegaron que la gente empezaba a pensar cosas raras. Cosas propias.

Óscar tragó saliva.

—¿Y por qué no lo compartes con nadie?

—Porque no sé con quién. Hasta hoy.

Se miraron un momento.

El silencio entre ellos no pesaba.

Se sentía limpio. Abierto.

Como un sitio donde cabía todo.

Volvieron al día siguiente. Y al siguiente. Pasaban allí las tardes, respirando sin interferencias, leyendo, escribiendo, dibujando. Y empezaron a invitar a otros.

A chicos que se preguntaban por qué todo parecía tan artificial.

A chicas que no soportaban más consejos absurdos de electrodomésticos.

A profesoras con jaquecas constantes.

A niños que querían dormir sin palabras pregrabadas en la oreja.

Crearon un mapa. Un mapa secreto de rincones olvidados. Zonas técnicas sin vigilancia, estudios de grabación sellados, trasteros cerrados de edificios públicos, pequeños cuartos sin señal.

Lo llamaron Silenia.

Y a sí mismos se hicieron llamar los guardianes del silencio.

No eran muchos. Pero crecían con cuidado. Compartían claves, descubrían nuevos lugares, organizaban encuentros sin móviles ni relojes parlantes. Les ponían nombres: “El agujero amable”, “La pausa roja”, “El pozo de susurros”...

Empezaron a reunirse en secreto. A intercambiar ideas. A crear cosas que no encajaban en el sistema: cuentos, inventos, juegos, canciones sin letra.

No querían hacer ruido.

Querían hacer espacio.

A veces se sentaban juntos durante una hora entera sin decir una palabra. Y al final, alguien decía algo sencillo como:

—Se me ha ocurrido algo que no sabía que tenía dentro.

Silenia no era solo un mapa. Era un acto de resistencia. Una grieta abierta en el sistema. Un refugio donde volvías a ser tú sin instrucciones.

Y cada vez que alguien nuevo entraba por primera vez en lo que llamaban las salas sin eco, temblando y con los ojos desbordados por ese silencio desconocido, Inari u Óscar les ofrecían una frase sencilla:

—Tranquilo. Eso que sientes… eres tú.

Solo tú.

Sin interferencias.

Ficha técnica del cuento

Resumen

Óscar, un chico de una ciudad donde el silencio está prohibido, sigue a un gato hasta una sala olvidada en un antiguo hospital. Allí descubre el verdadero silencio junto a Inari y juntos crean Silenia, una red secreta de espacios tranquilos que despiertan la creatividad y el pensamiento propio.

Valores trabajados

  • introspección
  • creatividad
  • valentía
  • colaboración
  • autonomía mental

Motivos por los que es interesante para los niños

Este cuento muestra cómo el silencio puede ser fuente de inspiración y bienestar. Ayuda a los niños a valorar momentos de calma, a desarrollar su capacidad de concentración y a comprender la importancia de crear espacios para pensar y crear sin interrupciones.

Relación con el mundo infantil

Los protagonistas reflejan la experiencia de muchas niñas y niños que viven rodeados de estímulos constantes (tecnología, publicidad, notificaciones). Conectan con el deseo de encontrar refugios personales y con la curiosidad de explorar lugares secretos.

Ejercicios prácticos para seguir trabajando los valores en casa

  • Juego simbólico: construir en casa un “refugio del silencio” con almohadas y mantas, y turnarse para pasar unos minutos dentro sin hablar.
  • Diálogos reflexivos:
    • ¿Cómo te sientes cuando te quedas en silencio?
    • ¿Qué ideas te vienen a la cabeza cuando no hay ruido?
  • Manualidad: diseñar y decorar un pequeño cartel para marcar en casa un rincón donde practicar la escucha activa y la calma.
  • Actividad específica: programar cada día cinco minutos de “pausa sin sonido” familiar, usando temporizador y sin dispositivos electrónicos.

Mensaje para padres

Fomentar espacios de silencio en la rutina diaria permite a los niños descubrir su voz interior y desarrollar la creatividad. Estos momentos compartidos fortalecen el vínculo familiar y enseñan a valorar el pensamiento propio.

Frase destacada o moraleja del cuento

"Tranquilo. Eso que sientes… eres tú."

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