🌊 Horizontes lejanos 12: La Fuente

🌊 Horizontes lejanos 12: La Fuente

📖 Un cuento para edades de 14 a 16 años.

Tiempo de lectura: 22 minutos.

📝 Aura enfrenta dudas, secretos y un ritual con veridita que la conecta y la desgarra.

🗂️ Clasificado en: Cuentos de ciencia ficción - Cuentos sobre cuidar la naturaleza

La mañana después de la fiesta olía a metal húmedo y fruta madura. Aura despertó con el repiqueteo plácido de las gotas de agua contra la mampara del baño. Isaac se estaba duchando.

Nim ronroneaba acurrucado a su lado y se quejó un poco cuando ella se estiró perezosamente bajo la sábana, pero la calma se quebró de golpe con el recuerdo de Isaac y Zoe la noche anterior. ¿Y si se estaba imaginando algo que no era? ¿Y si estaba dudando de Isaac injustamente? El deseo de saber chocaba con el temor de exponer sus miedos y acabar, una vez más, enredada en una discusión donde él retorcía las palabras hasta hacerla sentir que la que estaba actuando mal era ella.

Se incorporó bruscamente y comenzó a vestirse. No tenía ganas de enfrentarse a Isaac, pero sentía que no podría mirarlo a los ojos sin aclarar lo que vio en la pradera, así que optó por la huida.

En la cocina cogió un par de frutas y se fue sin hacer ruido. Afuera, el aire estaba fresco y el cielo de Veridia-7 amanecía lechoso. Caminó hasta el edificio central, donde había estado haciendo sus prácticas los últimos meses.

Dorian, como siempre, ya estaba allí, de pie junto al panel de mantenimiento, con su tableta holográfica consultando datos. Ella se sentía cómoda con ese hombre de ojos tranquilos que parecía no dormir nunca.

—Hoy vamos a revisar los trabajos de adaptación de la base inicial al nuevo asentamiento —explicó—. Como sabes, Aura —añadió con su voz grave y pausada—, el reto no es dominar Veridia-7, es dejar que Veridia-7 nos enseñe a vivir aquí. La idea es funcionar como un organismo más de este planeta.

Con un gesto activó la mesa de proyección. Sobre el cristal emergió un mapa en relieve del asentamiento. Los módulos habitacionales se agrupaban en anillos curvos, los invernaderos palpitaban en tonos verdes, y las torres de captación parecían condensar la niebla misma.

—Al principio todo era prefabricado, rígido y gris. Resistíamos, nada más. Ahora cada estructura responde al terreno. No forzamos la orografía: nos encajamos en ella.

Amplió una zona subterránea y apareció una red de canales.

—Aquí está el sistema de residuos. Todo lo que desechamos baja por conducciones separadas: orgánico, inorgánico, agua usada. Lo orgánico va al digestor anaerobio, que nos devuelve biogás para las cocinas. Los lodos se destinan a fertilizar los invernaderos y los líquidos se canalizan hacia el Alveus, nuestro gestor de aguas. Los polímeros y textiles se reprocesan en fibras y piezas nuevas con las impresoras moleculares. Los metales vuelven al taller. No dejamos nada al azar: si algo no encaja, significa que aún no lo hemos entendido.

Aura siguió con la mirada las líneas que se iluminaban en el holograma. Era como un sistema digestivo, un estómago común que transformaba todo en alimento de nuevo.

Dorian cambió la vista hacia la superficie.

—A nivel energético vamos sobrados. Los reactores de fusión nos dan más de lo que necesitamos y la red se regula sola. Pero aun así, hemos aprendido a aprovechar lo que el planeta nos ofrece sin gastar de más. Mira —el mapa mostró un pasillo en penumbra, iluminado por filamentos azulados—. Algunas especies de hongos y algas emiten bioluminiscencia. En lugar de instalar luces en ciertos túneles, cultivamos estas colonias en paneles traslúcidos. No consumen, no contaminan y nos recuerdan que este lugar también nos ilumina.

—El Alveus. —Con un toque se iluminó un entramado de torres, canales y edificaciones que abarcaban el asentamiento completo. Dorian amplió una de las torres—. Aquí las membranas atrapan humedad de la niebla nocturna. Las recubrimos con sílice dopada con polvo de veridita y un consorcio de microalgas que ayudan a la condensación. El agua baja por gravedad y entra en remineralización. Después pasa por tres filtros: luz de espectro cercano para desactivar patógenos, biocerámica y reserva presurizada.

—¿Y si no hay niebla? —preguntó Aura.

—Tenemos intercambiadores térmicos en el lecho rocoso. El gradiente día/noche nos da algo. Cuenta también con el agua recuperada de los residuos y, por si todo falla, almacenamos en cisternas con cubierta viva. No nos quedamos secos porque no dependemos de una sola cosa.

Apagó la proyección y la invitó a seguirle al exterior. Subieron a una cápsula de transporte. Era un vehículo silencioso que se deslizaba por un raíl magnético, tan estable que apenas se notaba el movimiento.

Mientras avanzaban, Dorian señaló el exterior.

—Quiero que analices la forma que tenemos de integrar las edificaciones a la orografía del planeta.

Aura pudo ver cómo las construcciones parecían brotar del paisaje en lugar de imponerse sobre él: techos cubiertos de vegetación que en esta estación lucía verdosa y azulada, muros que se adaptaban a la pendiente, terrazas abiertas al viento.

La cápsula se detuvo frente a un edificio en forma de espiral abierta, con ventanales amplios y jardines suspendidos que brillaban con destellos verdes.

—Nuestra última construcción, el hospital. Es el máximo exponente de nuestra evolución en este planeta —añadió Dorian—. Sus cimientos mezclan los polímeros traídos de la Tierra —los mismos que nos sirvieron en la primera base— con minerales locales. Su red de energía es autónoma y redundante. Y cada sala aprovecha materiales y recursos del propio planeta: paneles de veridita para reforzar la estructura, sistemas de ventilación que imitan el flujo de los cañones cercanos y aprovechan las propiedades de las plantas autóctonas.

Aura bajó y se quedó observando cómo las cubiertas vegetales se mecían con el viento, cómo los muros respiraban luz bioluminiscente, cómo el asentamiento entero parecía latir con el entorno.

Por primera vez desde hacía días, se sintió maravillada. No estaban repitiendo los errores de la Tierra: estaban aprendiendo a vivir de otra manera. Sintió que el asentamiento respiraba con ella.

A la hora de comer había quedado con su madre. Mara llegó tarde, con ese andar rápido de quien trae varias cosas en la cabeza.

—Perdona, se alargó la coordinación de la expedición —dijo al sentarse.

—¿Qué expedición? —Aura dejó el vaso a medias.

—A la zona selvática, a seguir a los Umbrax. —Mara la miró extrañada—. ¿Cómo es que no estás al tanto?

—Pues mamá, no sé… con lo del umbrax anoche, no pensé que ya estuvierais organizando una expedición.

—Sí, hija, pero me extraña que no lo sepas… porque Isaac ha partido con ellos.

Aura tragó en seco. El tenedor pesó de pronto en su mano. Isaac no le había dicho nada. Ni una palabra. Forzó una sonrisa.

—Ah, no me había enterado. —Se escuchó a sí misma decir palabras que no pegaban con el ritmo de su cuerpo—. Qué bien… seguimiento… datos frescos…

Mara la miró con esa alerta discreta de las madres.

—¿Todo bien?

—Sí. Solo dormí mal.

Hablaron del plan de turnos, del nuevo módulo de ocio que quería montar Dorian, de los últimos descubrimientos sobre la veridita. Mara no insistió sobre el asunto que claramente había dejado consternada a su hija, pero la preocupación se pintaba en su rostro cuando terminaron de comer y Aura se excusó para salir corriendo casi sin despedirse.

Necesitaba llamar a Isaac y tener una explicación. Ya en casa cogió el intercomunicador, su voz salió temblorosa.

—Llama a Isaac.

Su corazón latía acelerado y le golpeó con fuerza al leer en la pantalla: “desconectado”. Lo intentó otra vez. Nada. Dio vueltas por la habitación, el latido en las sienes. ¿De qué huía Isaac? ¿De ella, de Zoe, de la culpa? Si era solo su espíritu aventurero, ¿por qué no avisarla? ¿Cómo podía dejarla así, con todo este ruido en la cabeza? La rabia le subió a la boca con un regusto metálico.

El aparato vibró. Dio un respingo. Contestó casi sin mirar.

—¿Aura? Soy Liam. Vamos al río. Nos juntamos varios amigos, es divertido… ¿Te apetece?

Aura tardó unos segundos en recomponerse.

—Hoy no, Liam, no estoy de humor…

—Me paso igual. Si no, damos una vuelta. Te despejas. —Liam cortó antes de que Aura pudiera protestar.

El cansancio se le echó encima como una ola. Se dejó caer en la cama y el sueño la arrastró. Pero no descansó: una pesadilla turbia, Umbrax cruzando como sombras, dándole zarpazos cada vez que la rozaban. Alrededor, gente miraba sin mover un músculo. Isaac estaba entre ellos. Soren también. Nadie hacía nada; nadie la tocaba.

La despertó una voz suave del sistema: Liam solicita acceso. Aura, todavía estremecida, abrió y, sin pensarlo, lo abrazó. Liam le apretó los hombros y, al separarse, no la dejó hablar.

—Vamos a prepararnos. Por el camino me cuentas. Nos esperan.

—¿Quiénes?

—Alexia, Derek, Álvaro… y Nina.

—¿Nina? —se le escapó, más alto de lo que quería—. ¿La novia de Soren?

—Sí. Te va a caer bien. Es muy guay.

El camino hacia el río terminaba en un sendero que trazaba una curva amplia, bordeado por unas plantas parecidas a helechos que, cuando tocabas una hoja, la enrollaba sobre sí misma y troncos de árboles altísimos con brillo pizarra. El aire olía a algo parecido a la menta y a piedra mojada. Liam iba escuchando sin interrumpir mientras Aura soltaba frases sueltas sobre Isaac, la ducha, la expedición, el intercom apagado.

—Sea lo que sea, eso se habla —dijo al final—. Desaparecer no es una opción. Ni para él ni para ti.

El río apareció envuelto en una bruma fina, fresco, cantarín. El agua era tan clara que parecía aire más espeso, habitado por seres de todo tipo de tamaños, translúcidos y de colores, que se movían entre algas de formas caprichosas. A la derecha, la ribera abría una playa de arena oscura, finísima, iridiscente. Aura se sorprendió: estaba completamente compuesta de veridita pulverizada.

—Bienvenida a lo que nosotros llamamos la Fuente —dijo Nina, abriendo los brazos. Su mirada y su sonrisa eran radiantes—. Le pusimos ese nombre porque aquí encontramos la fuente de todo: de lo que nos hace ser, de lo que nos conecta. Ya lo notarás.

Aura no quiso demostrar que no entendía nada, así que decidió guardar las preguntas que se le agolpaban. ¿A qué se refería Nina con “la fuente de todo”? ¿Sabían los adultos de la existencia de ese lugar? ¿Se meterían en problemas si averiguaban que se reunían allí?

Los demás prepararon una fogata en un círculo de piedras negras. Era evidente que no era la primera vez que alguien encendía una hoguera en aquel lugar. Habían colocado grandes rocas planas para sentarse cómodamente alrededor del fuego y en el centro aún quedaban cenizas de ocasiones anteriores. Algunos se metieron en el agua con gritos breves de frío y placer. Otros sacaron un picoteo sencillo y una botella de un licor áspero que raspaba la garganta.

Aura se sentó algo apartada. No sabía cómo aportar y no quería quedar como una torpe. Miraba a Nina de reojo, analizando todo lo que hacía. Su presencia le atraía y la incomodaba a partes iguales. Se preguntó qué vería Soren en ella. Si era esa delicadeza. Esa voz que bajaba una octava cuando transmitía calma. O la manera en que parecía oír el paisaje. Por algún motivo, se sentía ridícula e inútil en presencia de aquella joven menuda y segura de sí misma.

—Colocaos —dijo Nina, cuando el fuego ya respiraba—. Vamos a empezar.

Se sentaron en círculo, las caras iluminadas por las llamas. Estaba anocheciendo y la temperatura alrededor de la hoguera la calentaba por fuera, mientras que el alcohol lo hacía por dentro. Nina habló de amistad, de sostenerse en grupo sin perder la forma de cada cual, de no imponer, de ofrecer… A Aura le costaba seguir el hilo de todas aquellas palabras; el licor era más fuerte de lo que estaba acostumbrada.

Entonces Nina se levantó, llevaba en las manos una especie de cuenco. Caminó hasta una zona donde la arena de veridita era más fina y devolvía destellos del atardecer. Recogió un puñado y lo dejó caer en el cuenco. Volvió junto al resto y añadió parte del licor que quedaba en la botella, removiendo varias veces con una especie de cucharón.

—Hoy compartimos más que fuego —dijo con voz serena.

Se inclinó primero hacia Álvaro, el pelirrojo guasón sentado a la izquierda de Aura. Le ofreció el cucharón con gesto maternal y esperó a que bebiera. Apenas dio un sorbo, sus pupilas se dilataron y se dejó ir hacia atrás con una sonrisa laxa. Nina lo sostuvo de los hombros y lo acomodó suavemente en el círculo.

Fue pasando por todos. Risas nerviosas, ojos que se nublaban, respiraciones que se alargaban. Llegó a Aura.

—Nina, yo…

—No te preocupes. Yo te acompaño.

El líquido chisporroteó en su lengua con un sabor metálico y dulce, imposible de ubicar. La veridita fue un golpe seco en la boca del estómago y después un abanico de sensaciones le subió por el pecho. La cabeza de Aura se abrió como una tienda cuando cortas la lona: de pronto sintió a los que tenía alrededor, no como hasta ahora, sino como texturas internas. La calma de Liam era un tejido de algodón suave. Alexia olía a pomelo y a alegría. Derek era madera húmeda y paciencia. Y por debajo, como un río más profundo, el planeta: un murmullo de raíces, el roce de las aguas, el peso de la piedra.

Sintió cómo Nina se unía al resto, y Aura, que no quería que aquella muchacha la vislumbrara en su verdad, se expandió más allá del círculo. Pero todos la siguieron, atraídos como por un fulgor invisible; de pronto conectaron con el planeta como no lo habían hecho nunca, percibiendo cada ser vivo e inerte de una manera casi física. Aura seguía sintiéndolos. A sus amigos, a Nina. Y el temor de que supieran el peso que la presencia de aquella chica le suponía, o que descubrieran la angustia y frustración que sentía por Isaac, la hizo centrarse justo en esas emociones. No se puede no pensar en el elefante. Se lo recordaba a veces su madre, cuando ella se quejaba de obsesionarse. Dolía. Y ese dolor se extendía a todos. Era demasiado.

Nina la intentaba arropar. Vuelve con nosotros, parecía decir sin palabras. No te abras de golpe. Aquello la terminó de enfurecer. Quiso que se callaran, apretó los puños con fuerza y los obligó a silenciar los pensamientos.

El círculo se retorció con ella. Respiraciones cortadas. Un quejido pequeño de alguien a su izquierda. Aura lo sintió y esa sensación —poder mover por fuera lo que llevaba por dentro— tuvo un punto de satisfacción oscura. Ni siquiera Nina puede con esto, pensó con resentimiento. Y apretó un poco más.

Entonces vio —no con los ojos, con otra cosa— a Liam encogerse, a Alexia fruncir la cara, a Derek aguantar. El golpe de realidad le cortó la corriente. Retiró la mano interior y se escondió. Se metió en una cueva dentro de su cabeza, pared de piedra, techo bajo. Afuera seguían las voces en remolino, pero ya no salía nada de ella hacia los demás. Se escondió replegándose sobre sí misma, muerta de la vergüenza.

No supo cuánto tiempo pasó. El fuego crujió. La bruma bajó más cerca de la arena. Aura se despertó con el frescor de la noche en la cara. Los otros seguían quietos, con gesto apacible. Nina sonreía mientras claramente los guiaba por senderos más placenteros.

Se levantó despacio y se fue en silencio, abochornada, con el corazón desbocado y las piernas pesadas.

El camino de vuelta fue más oscuro. La base brillaba a lo lejos, puntitos ordenados en la llanura. Cuando se acercaba al borde del pasillo perimetral, el intercom vibró. Un icono parpadeaba en la pantalla: mensaje de Isaac recibido. La voz de él sonó un poco hueca, parecía que lo había grabado en marcha.

—Hola Aura… no sé ni por dónde empezar. Me he ido, porque no sabía cómo mirarte a la cara. No sabía cómo decirte nada sin liarla más todavía.

No sé si me quieres o si me aguantas por costumbre. Esa duda me está quitando el sueño.

Estoy hecho un lío. Me jode pensar cosas que no quiero y estar todo el día imaginando mierdas. No quiero vivir así. No te estoy echando nada en cara, solo que yo no puedo más.

Te quiero, pero esto me está jodiendo por dentro.

Cuando volvamos, hablaré con logística y con Dorian para ajustar turnos y que me reubiquen. No quiero cruzarme contigo todo el rato.

Ya está… —a Isaac se le quebró la voz—. Cuídate, ¿vale?

El mensaje terminó con un pitido seco. Aura se quedó inmóvil, el corazón encogido. Primero sintió indignación: ¿Cómo que no podía mirarla a la cara? ¡Si era él el que tenía que dar explicaciones de lo que había visto la noche anterior!

Después llegó el dolor, espeso y repentino. Sintió que el pecho se le vaciaba, que por más que intentaba respirar no entraba aire. No entendía qué había hecho mal. Siempre había estado ahí, incluso en las discusiones, incluso cuando Isaac se volvía posesivo y argumentaba hasta hacerla sentir culpable de todo. Ella había confiado, lo había querido. ¿Por qué ahora esto?

El torbellino amenazaba con arrastrarla. No quería. No podía. Así que lo empujó hacia la cueva que había descubierto en su interior: un hueco oscuro, estrecho, donde meter todo lo que dolía. Allí encerraría a Isaac, a Zoe, a Soren, a sus miedos. Que no importara nada.

Apoyó la frente en el cristal frío del intercomunicador. Delante de ella, la base seguía respirando, inmutable. Dentro, en su cueva, Aura decidió que haría lo que Isaac pedía: hablar con Dorian para ajustar turnos y seguir con su vida, sola.

Caminó despacio hasta su puerta. Detrás, el sistema de la casa exhaló un saludo bajo. Todo funcionaba. Todo seguía. Aura dejó el intercom sobre la mesa y, antes de que el silencio se volviera una piedra más, respiró hondo.

No lloró. No esa noche.

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