 
    
    
    🌊 Horizontes lejanos 12: La Fuente
Tiempo de lectura: 22 minutos.
 
            📖 Un cuento para edades de 14 a 16 años.
⏳ Tiempo de lectura: 19 minutos.
📝 La colonia se moviliza tras la misteriosa desaparición de Aura.
🗂️ Clasificado en: Cuentos de ciencia ficción - Cuentos para resolver conflictos - Cuentos sobre la familia
Dorian llegó temprano, sin pedir cita. La puerta del despacho de Mara se abrió con el susurro educado del control de acceso. Ella, sorprendida, le dedicó una sonrisa cálida, pero él no se la devolvió.
—Tenemos un problema —dijo, sin rodeos.
Mara tensó los labios. El cansancio acumulado y el peso de las decisiones diarias empezaban a notarse físicamente.
—¿Qué ha pasado?
—Aura. Hace una semana que no aparece por su turno. No responde a mensajes ni a llamadas.
El silencio se volvió más frío que el aire climatizado.
—¿Una semana? —La voz de Mara se fue agudizando a medida que interiorizaba lo que le decía Dorian—. ¿Cómo no me lo has dicho antes?
Dorian frunció apenas el ceño, una sombra que no llegaba a ser enfado.
—Recibí un aviso de Isaac solicitando el cambio de vivienda —respondió con calma medida—. Supuse que ella estaría mal y que lo sabías. Al fin y al cabo, es tu hija. Pensé que hablaríais casi a diario.
El reproche, disfrazado de lógica, cayó entre ellos como un cristal que se hace añicos sin ruido. Mara lo sostuvo con la mirada un segundo más de lo prudente, entre el orgullo y la culpa.
—No te atrevas a insinuar que no me ocupo de ella —replicó, la voz baja pero tensa.
Dorian respiró despacio, intentando mantener la contención.
—No lo insinúo —dijo al fin—. Pero tal vez dejaste que se fuera con Isaac demasiado pronto. No era el momento.
Mara lo miró con una mezcla de asombro e ira.
—No eres quién para juzgar mis decisiones —respondió, más fría de lo que pretendía—. Y en todo caso, Aura ya no es una niña.
—Precisamente por eso —replicó Dorian con firmeza—. Porque ya no lo es, sus errores pesan más.
Esa frase la atravesó. Durante un instante, Mara sintió el vértigo de sus últimas decisiones: la presión por respetar la independencia de su hija, la confianza en que para aprender a veces hay que llevarse el golpe, el miedo a controlarla demasiado.
—No voy a hablar de esto contigo —zanjó, bajando la voz—. Ni ahora ni nunca.
Dorian la observó con calma, pero en su gesto se adivinaba un punto de tristeza, casi imperceptible.
—No hace falta que lo hablemos, Mara. Solo constato que llevamos una semana sin saber de ella y nadie, ni siquiera tú, lo había notado. A veces los padres más entregados son los que menos ven venir una grieta.
Aquello le dolió más de lo que habría admitido. Por un momento bajó la mirada y se frotó la sien, como si el peso de la frase se le hubiera clavado en los hombros.
—La llamo ahora —murmuró.
Marcó. Dejó que sonara. Una vez, dos, tres. Nada.
—No contesta —informó Dorian, con voz más suave—. Llevo así varios días. También le he dejado mensajes.
Mara cerró la línea con un golpe seco. Se levantó sin decir palabra.
—Vamos a su casa —dijo por fin—. Ahora.
Dorian asintió en silencio. En su mirada había una preocupación que desbordaba lo estrictamente profesional, aunque se esforzó por ocultarla tras su serenidad habitual.
Nadie respondió al primer toque del llamador. Tampoco al segundo. En el tercero, Dorian puso una mano sobre el hombro de Mara.
—¿Oyes eso? —susurró.
Era un lamento apagado, un gemido que se pegaba a las paredes. Nim.
—Sistema central —ordenó Mara, alzando la voz—. Abre la puerta de la unidad residencial 102. Acceso autorizado: directora Mara Grayson. Prioridad máxima.
El sistema respondió con su tono neutro: —Autenticación confirmada. Apertura de puerta en curso.
El cierre magnético cedió con un chasquido y, según comenzó a desplazarse el panel, Nim apareció como un vendaval, chillando y enganchándose a las piernas de Mara, la piel moteada erizada por la ansiedad.
—Tranquilo, pequeño —murmuró ella, agachándose. Le palpó el costado, las costillas, la piel húmeda—. Tiene hambre, mucha. Pero… no está en mal estado.
—Eso significa que ha tenido acceso a agua. No habría sobrevivido una semana sin ella —comentó Dorian, con lógica serena.
Mara, con Nim en brazos, entró en la vivienda, esperanzada.
—¡Aura! —gritó—. ¡Aura, contesta!
Solo respondió el eco: un vacío que dolía.
El salón olía a fruta pasada, pero todo parecía en orden.
Dorian recorrió la vivienda en silencio. Su mirada, metódica, se movía de un detalle a otro. En la cocina, el panel-despensa presentaba marcas de uñas en el borde, como si alguien —o algo— lo hubiera forzado; justo debajo, en el suelo, restos de cereal crudo mordisqueado.
—Lo intentó, pero desistió —observó en voz baja, acariciando con los dedos las marcas sobre el polímero metalizado.
Mara, con el miedo clavado en el estómago, lo llamó. Dorian la encontró en el dormitorio, sentada en la cama deshecha, señalando el escritorio. Sobre su superficie descansaba el intercomunicador de Aura, apagado.
—No se lo llevó consigo.
Él, pese a su habitual contención, palideció.
—Volvemos a la central —dijo Mara, poniéndose en pie. Su voz había cambiado: ya no era la madre, sino la líder.
El pasillo resonó con el ritmo rápido de sus pasos. Mientras caminaban hacia el despacho, Mara ya estaba dando órdenes por el canal interno.
—Lina, acude al centro de mando. Activamos protocolo de desaparición. Mi hija… Aura lleva una semana desaparecida.
La oficial de seguridad llegó apenas unos minutos después que ellos. Era una mujer sobria, de rostro anguloso y mirada concentrada, con el cabello recogido en una trenza impecable. No tenía formación militar, pero imponía sin necesidad de levantar la voz. Su reputación la precedía: metódica, discreta y con un sentido del orden que rozaba la obsesión.
—Directora —saludó al entrar—. ¿Confirmamos protocolo de nivel tres?
—Sí. Perimetra la colonia, rastrea accesos y salidas, sondas de techo y rutas hacia los bosques. Quiero un primer informe en treinta minutos.
—Entendido. —Lina ya estaba tomando notas en su interfaz, los dedos moviéndose con rapidez—. ¿Alguna prioridad de búsqueda?
Mara la miró directamente.
—Empieza por Isaac.
Isaac entró con paso rígido. Ojeras profundas, mandíbula apretada. Se sentó sin mirar alrededor.
—¿Dónde está Aura? —abrió Mara.
—¿Por qué me preguntas a mí? —frunció el gesto, y por un instante solo hubo dolor—. No la veo desde… el festival.
—Motivo —intervino Lina, con la voz seca y profesional. Su mirada imploró a Mara que no interviniera más en el interrogatorio.
—Hemos roto.
—¿Dónde has estado esta última semana?
Isaac se removió en la silla.
—Zona Umbrax. Misión prospectiva. Querían entender por qué se acercaban a la base. No encontramos nada, ni rastro. Los umbrax han cambiado de ubicación por algún motivo, y nos hicieron volver, porque rastrearlos es imposible...
Lina lo interrumpió sin alterar el tono.
—¿Quién firmó la orden de esa misión?
Isaac parpadeó, incómodo.
—Comando técnico tres. Oficial Arul.
—¿Cuántos días exactos estuvisteis fuera?
—Cuatro.
—¿Y el resto de la semana?
—Cuando regresé, pasé por casa… había solicitado el cambio de domicilio; fui a horas en que sabía que ella no estaría. —Hizo una pausa breve, una rendija por donde se coló la vergüenza—. Encontré a Nim hambriento, sin comida. Me… me sorprendió. Pero no me quedé. Le puse agua y pienso; necesitaba irme cuanto antes y recogí mis cosas.
Mara suspiró. Aquello explicaba que Nim estuviera en buen estado. Su anhelo de que Aura llevara menos tiempo fuera se desmoronó.
—Desde entonces he estado en obra exterior: anillos de anclaje y compuertas de aislamiento rápido para los pasillos V-13. Nos han pedido adelantar la fase de pruebas, así que estuve haciendo turnos dobles.
—¿Puede alguien confirmarlo?
—Sí. Mis compañeros de cuadrilla. —Apretó los puños; la respiración se le volvió más pesada—. No entiendo este tono.
Mara lo observó en silencio. La tensión entre ellos se volvió palpable.
—¿Por qué parece un interrogatorio? —preguntó Isaac, a la defensiva por costumbre.
Pero esta vez su voz no sonó firme, sino crispada. Isaac era de los que respondían al miedo con empuje, los que tensaban el cuerpo para protegerse. Había aprendido a anticipar el golpe antes de recibirlo y, sin embargo, su fachada empezaba a resquebrajarse.
Lina miró a Mara, que le dio permiso con un leve asentimiento.
—Porque Aura lleva desaparecida una semana —dijo, sin rodeos.
Los ojos de él se abrieron de golpe.
—¿Una semana? ¿Cómo no…? —La rabia le subió por el cuello—. ¿Qué estáis haciendo? ¿Habéis ido a su casa? ¿Habéis hablado con sus amigos?
—¿Qué amigos, Isaac? —intervino Mara, con voz contenida, apoyando ambas manos sobre la mesa que había frente a él.
Él tragó saliva, pensó rápido y respondió:
—Liam. Hablad con Liam. Es su mejor amigo.
—Convócalo —ordenó Mara a Lina, saliendo de la sala con el corazón agitado por la tensión y la angustia.
Liam llegó con las botas cubiertas de polvo fino y la sorpresa pintada en el rostro. Estaba trabajando en la viabilidad del terreno para unas nuevas estructuras cuando fue convocado. Nunca lo habían llamado de aquella manera. Era un chico acostumbrado a hacer lo que le decían y pasar desapercibido, así que se lo veía completamente descolocado, sin saber muy bien cómo actuar.
—¿Cuándo viste por última vez a Aura? —preguntó la oficial cuando él estuvo sentado.
—La noche después del festival… —tosió, visiblemente incómodo—. La noche siguiente. Estuvimos de paseo. Con amigos.
—Nombres —dijo Lina, seca—. Lugares. Horas.
Liam dudó. Los ojos se le fueron a la mesa, al borde del vaso de agua que no tocaba.
—No… no recuerdo las horas exactas.
Las preguntas pasaron de rutina a interrogatorio sin transición: a dónde fueron, qué hicieron, quiénes eran, qué hacía Aura, por qué se fue sola, por qué nadie la acompañó.
Él contestaba con evasivas; sus respuestas no sostenían el peso. Había huecos.
Mara observaba la escena desde la habitación adyacente, audio en directo, pulso acelerado. Lina había sido categórica:
—Estás permitiendo que las emociones te invadan. Déjame sola con los interrogados.
Pero la madre ganó a la directora. Era evidente que el chaval sabía algo que no quería compartir. Salió de su sala con paso firme y entró en la contigua, decidida.
—Basta —dijo, y el aire cambió de temperatura.
Liam la miró en silencio, preocupado.
—Mara, yo…
—¡Cállate! —le salió como un latigazo—. Deja de mentir, Liam, joder. Es mi hija. Es tu amiga. ¿Qué nos ocultas? ¿Por qué no has intentado contactarla en toda esta semana?
Liam apartó la mirada. Luchó por tragarse algo que llevaba días queriendo salir .
—Te lo voy a contar. Por Aura. —Respiró hondo—. Pero no quiero quedar como un chivato.
Mara no contestó. Liam siguió.
—Antes de nada, tienes que saber que Aura vio a Isaac con Zoe la noche del festival. Eso la alteró. No sé si como para irse sin decir nada, pero… la dejó tocada.
Mara cerró los ojos un instante. El puzle se volvía cada vez más tortuoso.
—Y ahora lo importante —continuó Liam—. Fuimos a la fuente. —Lina miró a Mara, que se encogió de hombros, confusa—. Hicimos el ritual. Esta vez… Aura nos conectó como nunca. No puedo explicarlo bien. Nos atravesó el planeta. El latido, las luces, los árboles… todo. —Se le quebró la voz—. Y el dolor de ella. Lo sentimos todos. Como si nos arrancaran la piel por dentro. Y luego, de golpe, nos apartó. Dejó de fluir. Nos dejó fuera. Desde entonces no… no la sentía. Seguimos nuestro camino, sin ella. Y… —miró al vaso—. No la llamé. Estaba confundido. Había sentido su vergüenza y su... poder... Tenía miedo.
Mara respiró por la nariz, un hilo de aire para sostenerse.
—Danos la ubicación exacta de esa “fuente”. Y ahora explícame bien de qué hablas, Liam. Qué es ese ritual. Dime exactamente en qué consiste.
Liam suspiró, derrotado. Comenzó a contarles, con pelos y señales, todo lo sucedido aquella tarde: a dónde fueron, quiénes estaban, qué hicieron. Estuvieron más de una hora haciéndole preguntas, hasta que salió con los ojos enrojecidos, escoltado por dos guardas.
La puerta de la sala quedó abierta.
—Convoca a todos los que estuvieron en ese ritual —ordenó Mara a Lina—. Que entren directamente a evaluación médica y neurológica. Quiero marcadores sensoriales, variabilidad cardíaca, respuesta a estímulos lumínicos y cualquier rastro de exposición reciente a veridita. En paralelo, que barran la zona de la fuente y los bosques adyacentes. Patrones concéntricos, tres niveles de profundidad, sondas, drones y equipos a pie. Nadie entra solo.
—Ya mismo nos ponemos con ello —respondió la oficial.
Isaac, que se había quedado en el pasillo, dio un paso adelante al escucharlas.
—Quiero liderar un equipo.
Mara lo miró con todo el rencor que le cabía en el cuerpo. Odio frío, bien articulado. Ese chico había sido un incendio lento en la vida de su hija.
Sin embargo, la necesidad de encontrar a Aura se impuso. Sabía que Isaac haría cualquier cosa por hallarla y que nada lo detendría.
—Lina, inclúyelo —dijo al fin.
—Vas con el grupo dos —indicó esta, manejando diestramente la interfaz—. Cubrid hasta la quebrada. Llevas a Derek y a Alexia. Si encuentras algo, no juegues a héroes. Me llamas.
Isaac asintió una vez, sin teatrillos.
—Sí, jefa.
La sala se vació. Mara se dirigió al pasillo, donde los guardas esperaban instrucciones para Liam.
—Mara —susurró él—. Si Aura no quiere ser encontrada, Veridia la esconde.
No quiso hacer el esfuerzo de entender juegos de palabras. Estaba demasiado cansada, furiosa y con demasiadas ganas de abofetear a alguien.
—Llevadlo a las instalaciones médicas. —Se giró, apretándose el puente de la nariz con dos dedos, y marcó en el intercomunicador a Dorian. Por primera vez en su vida, necesitaba no quedarse sola.
Al caer la tarde, Veridia se había convertido en una colmena en movimiento.
Equipos de rastreo salían por los corredores principales con linternas de haz corto y sensores térmicos colgados al pecho; los drones trazaban rutas de reconocimiento sobre los límites del bosque, mientras en el suelo los drumek avanzaban lentos, removiendo la tierra con su olfato húmedo y pesado.
Cada pocos minutos se oía un zumbido distinto: un dron ascendiendo, una compuerta que se abría para dejar pasar un grupo, una voz por el canal común confirmando una nueva coordenada. Nadie descansaba. Nadie hablaba más de lo justo.
En el centro de mando, las pantallas mostraban mapas fragmentados, con puntos de calor y trayectorias en bucle. Lina supervisaba los equipos con precisión quirúrgica, y Mara, desde el balcón de su despacho, observaba el horizonte encenderse con las luces de búsqueda. Dorian estaba a su lado, en silencio, apoyado en la barandilla. No hacía falta hablar: ambos sentían la presencia del otro, y con eso bastaba.
Dentro, Nim esperaba.
Tendido junto al umbral, con las orejas tensas y los ojos fijos en la puerta, no se había movido en horas. Cada sonido del pasillo lo hacía incorporarse, atento. Cuando reconocía que no era ella, soltaba un gemido bajo y volvía a recostarse.
El aire olía a metal y polvo, y el último resplandor del día entraba por el ventanal.
Mara se giró hacia Dorian, los ojos cargados de lágrimas por primera vez en toda la jornada. Él le devolvió la mirada con intensidad serena y la atrajo hacia su pecho. Ella hundió en él la cabeza y comenzó a llorar, los brazos de él rodeando sus hombros, que temblaban con un llanto contenido demasiado tiempo. Dorian no dijo nada; solo la sostuvo, firme, mientras el peso de todas las horas caía por fin sobre ella.
El sonido del viento se filtró por la rendija del ventanal, y durante un instante pareció que el mundo entero respiraba al mismo ritmo que ellos: lento, cansado, humano.
Mara cerró los ojos. Quiso creer que Aura podía sentirla, que en algún lugar —bajo la tierra, entre los árboles o dentro del rumor del aire— su llamada silenciosa le llegaría.
Nim levantó de nuevo la cabeza, atento.
Solo escuchó el rumor del viento y, muy lejos, un drumek bramando antes de retomar la búsqueda.
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