🌀 Cerrado por vacaciones

🌀 Cerrado por vacaciones

📖 Un cuento para edades de 8 a 14 años.

Tiempo de lectura: 8 minutos.

📝 Un verano vacío, una ciudad dormida y una tubería que no debería estar ahí.

🗂️ Clasificado en: Cuentos para aprender emociones - Cuentos de aventuras - Cuentos de fantasía

Era el tercer día seguido que Lucía comía sola en casa. Había calentado en el microondas los espaguetis con atún que le habían dejado preparados y estaba sentada a la mesa, con el tenedor en la mano y la cabeza apoyada en la otra, completamente aburrida.
—Ya no puedo más —murmuró, resoplando. La tele estaba encendida, pero no le prestaba atención.
En la pantalla, un anuncio de piscinas mostraba a una familia con sonrisas blancas lanzándose globos de agua. Lucía apagó el televisor de un sopetón.
Fuera hacía calor de horno. Calor seco, de ese que retuerce el asfalto y hace flotar espejismos sobre los pasos de cebra. Salió a la calle porque no sabía qué otra cosa hacer.

Caminaba despacio, arrastrando las chanclas y pateando piedrecitas como si fueran enemigos imaginarios. Todos sus amigos se habían ido al pueblo. Algunos, a la playa. Ella se había quedado en Madrid porque este año no había dinero. Ni campamento, ni escapada. Solo ciudad, cemento y silencio.

En cada escaparate, el mismo cartel: cerrado por vacaciones.
En la papelería de la esquina, en la tienda de chuches, hasta en el bar donde su madre a veces le compraba un polo de limón. Las hojas secas giraban sin ganas, como si también estuvieran aburridas.
Lucía caminó sin rumbo, casi por inercia, hasta el solar vacío donde antes había un parque. Ahora solo quedaba tierra reseca, matojos raquíticos y un banco oxidado.

Se sentó.
—No pasa nada en esta ciudad... —dijo en voz alta.

Entonces lo sintió. A su espalda, una leve corriente eléctrica, como un cosquilleo en la nuca. Se dio la vuelta.
¿Aquello había emergido de la tierra o siempre había estado ahí?

Justo detrás del banco, medio oculta entre matojos, había una tubería ancha, de un verde brillante que desentonaba con todo. Lo suficientemente grande como para que una niña pudiera meterse dentro sin dificultad.
Lucía se acercó, con la frente fruncida. Se asomó. Un golpe de aire frío le erizó la piel. Las chicharras se apagaron de golpe. Ni un coche. Ni un murmullo. Solo el hueco. Y desde su interior, al fondo, muy lejos, una música como de guitarra eléctrica, apagada y vibrante, como si alguien estuviera ensayando dentro de una cueva.
Lucía se inclinó un poco más.
Y, casi sin pensarlo, empezó a deslizarse por el interior de la tubería.

Cayó.
Pero no se hizo daño. Aterrizó como si tan solo hubiera dado un pequeño salto en una especie de sala enorme con paredes de ladrillo pintarrajeado, como si alguien hubiese reunido todos los grafitis del barrio en un solo sitio. Luces de neón titilaban en lo alto. En una esquina, una cabina de teléfono. En otra, un sofá con ruedas.

—Bienvenida a la Oficina de Lo Que No Pasa —dijo una señora con una melena enorme hecha de cables de cobre pelados que se acercaba hacia ella, salida de no se sabía dónde.
—¿Perdón?
—Sí, aquí guardamos todo lo que nunca ocurre. Los juegos que no se juegan, los veranos sin vacaciones, los besos que no se dan, las fiestas canceladas. Todo está aquí. Catalogado. Archivado.

Lucía la miraba sin entender nada.
—¿Y qué hago yo aquí?
—Tú trajiste una piedra del mundo de arriba.
—¿Una piedra?
—Sí. De las que pateabas. Las piedras aburridas son llaves perfectas. Solo entran quienes saben lo que es esperar sin que pase nada.

La señora se deslizó frente a ella dejando una estela de risas atrapadas en burbujas.
Lucía la siguió.
Pasó junto a vitrinas llenas de cosas imposibles: relojes que no avanzaban, cartas sin abrir, castillos de arena que no se derrumbaban.

El pasillo se empinaba, costaba seguir a la señora, parecía que se iba desvaneciendo en la oscuridad. Antes de desaparecer por completo, se giró sonriente mientras se ponía unas gafas de sol… aunque no había sol.

A la derecha de Lucía se abría una sala donde un grupo de niños como ella jugaba al escondite entre farolas sin calle.
—¿Sois reales? —preguntó.
—Solo si tú quieres.

Lucía se quedó un rato con ellos.
Primero jugaron al escondite, pero era diferente. Las escondidas eran ideas: un deseo de hace años, un dibujo que nunca se terminó, una canción que su abuela no llegó a enseñarle. Cada vez que uno era encontrado, se abría un agujero en el aire y de él salía un recuerdo que no era suyo, pero dolía igual.

Después pintaron estrellas con spray invisible en los muros de ladrillo: solo se veían cuando reías o cuando alguien decía algo bonito. Lucía escribió su nombre. Luego el de su madre. Luego una estrella solitaria, sin nombre, solo con un ojalá.

Más tarde jugaron al fútbol.
El balón era extraño, blando al tacto, como si estuviera hecho de algodón húmedo.
—Está hecho de pensamientos tristes —le explicó uno de los niños, dándole una patada fuerte—. Cuanto más los pateas, más se deshacen.

Lucía corrió detrás de él y le dio una patada con rabia. No por el balón, sino por los veranos que no ocurren, por las piscinas que no se abren, por las veces que no pasa nada.
Jugó como si de eso dependiera algo importante.
Y cada vez que golpeaba el balón, sentía cómo se aligeraba algo dentro de ella.

Después alguien le ofreció un polo de limón que sabía a infancia feliz. Al primer día de vacaciones, al olor del cloro, a la toalla caliente.

—Pero tengo que volver —dijo, de repente.
—¿Por qué? —preguntó uno de los niños.
—Porque... si me quedo, entonces nunca me volverá a pasar nada.

Los niños asintieron en silencio. La entendieron.
—Pero no sé cómo volver —dijo Lucía.
—Solo tienes que beber de esta botella —le dijo una de las niñas, tendiéndosela.

En la etiqueta ponía, con letras azules como escritas a mano con rotulador: bébeme.

Lucía cerró los ojos y la bebió de un trago.

Cuando los volvió a abrir, estaba sentada otra vez en el banco del solar, con una botella de Bezoya vacía en la mano.

El sol seguía quemando como un fogón encendido. El barrio seguía igual de callado. Pero algo había cambiado.

Lucía se levantó, sacudió los pantalones y empezó a caminar.
Ya no pateaba piedras. Las recogía.
Porque ahora sabía que, aunque todo pareciera cerrado por vacaciones, lo más raro, lo más inesperado... podía esconderse justo debajo de tus pies.

Ficha técnica del cuento

Resumen

Lucía, aburrida en una ciudad con todo “cerrado por vacaciones”, descubre una tubería secreta que la lleva a la Oficina de lo que no pasa: un lugar mágico donde se guardan deseos, veranos cancelados y esperas eternas. Jugando con otros niños, transforma su frustración en acción y vuelve con otra mirada sobre lo que parece estancado.

Valores trabajados

  • resiliencia
  • creatividad
  • atención plena
  • reinterpretación de la realidad
  • pertenencia

Motivos por los que es interesante para los niños

El cuento les muestra que el vacío y la espera no tienen por qué ser solo aburrimiento: pueden abrir puertas a la imaginación y permitir reconectar con lo que importa. Ayuda a transformar emociones como la frustración o la soledad en descubrimiento y sentido.

Relación con el mundo infantil

Muchos niños experimentan veranos “vacíos”, planes cancelados o la sensación de que nada pasa. Lucía refleja esa desazón y enseña que dentro de lo que parece parado hay posibilidades escondidas si se miran con curiosidad. También conecta con el juego simbólico y la necesidad de encontrar comunidad aunque todo parezca cerrado.

Ejercicios prácticos para seguir trabajando los valores en casa

  • juego simbólico: crear una “oficina de lo que no pasa” con cajas y objetos que representen cosas que esperan (ideas, deseos, pequeños proyectos), y darles vida con historias.
  • diálogos reflexivos:
    • ¿Qué cosas te han parecido “cerradas por vacaciones” y qué podrías hacer con ellas?
    • ¿Qué harías tú con una piedra aburrida para que se convirtiera en llave de algo nuevo?
  • manualidad: pintar con colores invisibles (como con lápices de luz o con papel translúcido) deseos o nombres que solo “aparezcan” cuando se dice algo amable.
  • actividad específica: recoger piedras al salir a pasear y escribir o dibujar en ellas una esperanza o una cosa que parece parada; luego colocarlas en un rincón “de transformación” en casa.

Mensaje para padres

Acompañar a los niños cuando se enfrentan a la falta de planes y al aburrimiento significa darles herramientas para que conviertan la espera en exploración. Validar su desánimo y proponer juntos pequeñas aventuras interiores fortalece su agencia y su vínculo con el entorno.

Frase destacada o moraleja del cuento

"Lo más raro, lo más inesperado... puede esconderse justo debajo de tus pies."

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